Antes de ser bodega fue vino y ya anunciaba el nacimiento de una nueva firma de gran futuro en la capital de Rioja Alavesa, Laguardia, un lugar donde las bodegas parecen surgir como por ensalmo. Carlos San Pedro, el benjamín de una de las familias importantes de la ciudad, y no sólo en el mundo del vino, es el artífice de la nueva bodega.

Los San Pedro forman una dinastía muy querida en Laguardia. Como casi todo el mundo en la ciudad, cuentan con una larga trayectoria como viticultores que se remonta a varias generaciones. Javier San Pedro, el padre de Carlos, además de ser durante muchos años el alcalde de Laguardia, añadió el comercio de vinos a la actividad familiar de cultivo de viñedo y elaboración de vinos. Fue uno de esos comerciantes de vinos a granel que forman esa estructura comercial interna y poco conocida tan importante en las grandes zonas vinícolas. Y, como tantos otros, nunca prestó especial atención a la venta de vinos embotellados a pesar de que su padre fue uno de los primeros en embotellar vinos en Rioja Alavesa.

Eso quedaría para sus hijos. El primero en entrar en ese campo fue el mayor, Javier San Pedro Rández, propietario de Bodegas San Pedro, que triunfa con sus tintos Vallobera. En Bodegas San Pedro alojaría durante tres años los vinos de su hermano menor, Carlos, empeñado en hacer grandes vinos exclusivamente a partir de sus 30 hectáreas de viñedo, situadas en Laguardia y la mayor parte en torno a la bodega, inaugurada justamente el día de la fiesta mayor de Laguardia, el 24 de junio.

Con esos antecedentes, es fácil colegir que Carlos San Pedro lleva en sus genes el oficio de viticultor y bodeguero. A lo largo de sus treinta años de vida se ha imbuido de cultura vinícola en las viñas y en la vieja bodega familiar, en la que aún elabora su tinto joven, Qertos, a la usanza tradicional: en lago abierto y con racimos enteros. Esos conocimientos se completaron con estudios de enología cursados en la misma Casa del Vino de Laguardia y con prácticas realizadas en distintas bodegas francesas.

En ese tiempo fue gestando un perfil de vinos muy personal que comenzó a llevar a la práctica a partir de 1998 en la bodega de su hermano Javier. Carlos San Pedro dice que ese Pujanza ’98 es el peor vino que va a hacer porque piensa ir superando su calidad año tras año. Desde luego, o que ha venido haciendo después confirma esa ambiciosa pretensión. Mientras, iba gestando su propia bodega, puliendo la calidad de su tinto joven, que se estrenó comercialmente con la cosecha 2000, y diseñando una especialidad, el Pujanza Norte, que saldrá al mercado en otoño.

El lugar elegido para construir la bodega no es fácil que fuera mejor: una magnífica parcela de viña situada al pie de la muralla de Laguardia y de las laderas de la sierra Cantabria, el baluarte que defiende a toda la D.O.C. Rioja de los vientos húmedos y fríos del Cantábrico. Desde la sala de catas, situada en una torre-mirador, en el centro de la bodega, se dominan vistas de la sierra Cantabria, de la ciudad de Laguardia y de unas amplias extensiones de viñedo. Es una bodega de tamaño reducido, adecuado a la producción del propio viñedo y con una amplia nave de crianza que permite situar todas las barricas a una sola altura, sin tener que apilar unas sobre otras. Eso permite hacer un seguimiento constante de todas y cada una de las 300 barricas de roble francés en las que envejecen los vinos.

Una pequeña bodega con un equipo joven y animoso. A Carlos San Pedro, que en sus primeros pasos estuvo aconsejado por Jesús Navascués, un conocido enólogo volante aragonés (colaboró con Bodega Pirineos, asesoró a varias cooperativas de Aragón y ahora también viaja a Canarias para supervisar el tinto Cráter), le acompañan Marta Apellániz, que comenzó en la bodega como ayudante de laboratorio y ahora es la enóloga de Bodegas Pujanza, y Natalia Solanas, licenciada en filología inglesa y diplomada en empresariales, casada desde julio con el patrón.

En Bodegas Pujanza se elaboran únicamente tres vinos tintos. El Pujanza es el buque insignia de la bodega. Procede básicamente de la llamada “viña grande”, predio de 15 hectáreas en el que se ha construido la bodega; es un varietal de Tempranillo con 16 meses en barrica profundo, complejo y elegante en aromas y con bastante estructura en la boca. El joven Qertos destaca por su franqueza en la nariz, con mucha fruta y los frescos tonos de maceración carbónica, y por su seriedad en la boca, no reñida con la alegre frescura frutal propia de un vino del año. Finalmente, se prepara el lanzamiento en otoño del Pujanza Norte, elaborado con Tempranillo y un 40 por ciento de “otras” y apenas 10 meses en barrica; nace con la intención de situarse entre los grandes en la línea más actual, la que se califica como “elegante”, un tanto enfrentada a la de los tintos más pastosos y oscuros que se han impuesto en los últimos años.

Fecha publicación:Julio de 2002
Medio: TodoVino