Fecha publicación:Junio de 2002
Medio: TodoVino

Dehesa del Carrizal celebra el décimo aniversario de la salida al mercado de su primer vino. Es la consolidación de un proyecto modesto en su gestación pero que se ha convertido en el germen de una nueva zona vinícola con un futuro esplendoroso: el valle del Bullaque, en plenos Montes de Toledo.

Aquel primer varietal de Cabernet Sauvignon, de la cosecha ’89, procedía de un viñedo recién plantado, de una zona totalmente desconocida y sin tradición en cuanto al cultivo de la vid y la elaboración del vino. No tenía tradición, no tenía, por supuesto, denominación de origen ni nombre conocido y ni siquiera tenía casa: pasarían diez cosechas hasta que en la del ’99 se estrenara la pequeña bodega, diseñada en función exclusivamente del viñedo de la finca y que debe ser ampliada cuando se plantan nuevas parcelas. El proyecto está estrechamente unido a dos nombres propios: Marcial Gómez Sequeira, el propietario, e Ignacio de Miguel, el enólogo.

Todo empezó hacia 1996, cuando Carlos Falcó, marqués de Griñón, convenció al propietario de El Carrizal, una finca de caza situada en el valle del Bullaque, para que plantara viña. El doctor Gómez Sequeira es un empresario de éxito, que fuera propietario de la sociedad Sanitas (aún conserva la división internacional de esa compañía), constructor y propietario de una enorme finca de caza en Texas (USA), que, al contrario que la de los Montes de Toledo, explota comercialmente como finca de caza. Es un cazador empedernido y concienciado, de los empeñados en conservar y hasta repoblar algunas comarcas con especies cinegéticas seleccionadas y no sólo de abatirlas, y también tuvo tiempo de pertenecer a la junta directiva del Real Madrid.

Poco antes, en 1985, había comprado dos fincas de caza, Los Valles y El Carrizal, haciendas colindantes situadas en una ladera del valle del Bullaque, al norte de la provincia de Ciudad Real, haciendo frontera (la propia finca es colindante) con el Parque Nacional de Cabañeros. Una zona de gran belleza en la que entre los propietarios de fincas se encuentran nombres tan sonoros como Alberto Cortina, Mario Conde o la familia Banús, algunos de los cuales están poniendo en marcha viñedos y bodegas; el próximo será Alberto Cortina, que ya ha elaborado en la última cosecha un blanco de Viognier y un tinto de Syrah… naturalmente bajo la dirección técnica de Ignacio de Miguel.

El valle del Bullaque se está revelando como una comarca magnífica desde el punto de vista vinícola, a juzgar por sus primeros vinos. La sequía, la insolación y las elevadas temperaturas se ven compensadas por un embalse propio de considerable tamaño, la orientación norte de la ladera y la altitud, con el viñedo plantado a entre 800 y 900 metros sobre el nivel del mar. A ello hay que añadir un suelo excepcional, pedregoso, pobre y muy sano, formado por cantos rodados.

Siguiendo los consejos del marqués de Griñón, entre 1986 y 1987 se plantaron ocho hectáreas iniciales de Cabernet Sauvignon, la variedad básica de los vinos que más habían gustado al propietario en sus viajes profesionales y de caza y la que parecía más adecuada a las condiciones de la finca. Buena prueba de esa especial aptitud ha sido el vino de la cosecha inaugural, 1989, que, más de diez años después, mantiene un sorprendente vigor.

Aunque las primeras cosechas ya hablaban de las buenas cualidades del vino y de la zona, la construcción de la bodega tardaría diez años en materializarse. Mientras se estudiaban los factores de calidad, se afinaba en el cultivo y en la elaboración, se contó con la hospitalidad del marqués de Griñón, que alojó a los vinos del Carrizal en su bodega de Malpica de Tajo, situada en el extremo opuesto de los Montes de Toledo, en la comarca conocida como “las rañas de los Montes de Toledo”.

Durante diez años las uvas del Carrizal se transportaban en isotermos hasta la bodega de Malpica. Allí caían en el área de influencia de Ignacio de Miguel, que era un juvenil enólogo que hacía sus primeras armas siguiendo las indicaciones del famoso Michel Roland, que en el paso de los ochenta a los noventa asesoraría a un buen número de bodegas españolas, comunicando sus enseñanzas a bodegas de varias zonas (se llegó a acuñar la expresión “vinos con rolanina” en alusión al apellido del enólogo).

Así, Ignacio de Miguel conoció de primera mano la finca y sus uvas desde el primer momento y, en 1995, cuando dejó Marqués de Griñón, coincidiendo o casi con la entrada del Grupo Arco, creó su propio despacho profesional. Siguiendo el ejemplo de Roland, Ignacio de Miguel asesora vinos y viñedos en distintas comarcas españolas, con una cierta especialización por las viñas y bodegas de conocidos millonarios (de ahí le viene el sobrenombre de “enólogo de la jet”), como Estancia Piedra, en Toro, el proyecto de Alfonso Cortina, en el mismo valle del Bullaque, y otros muchos, hasta completar una nómina de más de una docena de iniciativas vitícolas o vinícolas.

Dehesa del Carrizal es la niña de los ojos del enólogo. Ha seguido su evolución desde el primer momento y se podría decir que el viñedo, el vino y su técnico han crecido juntos. En el caso de la finca el crecimiento es físicamente palpable. A las ocho hectáreas iniciales de Cabernet Sauvignon se unieron cinco hectáreas más, con Chardonnay, Merlot y Syrah, y entre 1990 y 1991 otras nueve, con Tempranillo acompañando a las otras variedades de la finca. Esa última plantación, separada de la primera por unos metros y una tupida arboleda, hizo necesaria una ampliación de la bodega, que se había estrenado con la cosecha de 1999; la conmemoración del décimo aniversario del lanzamiento del primer vino sirvió para inaugurar un nuevo pabellón climatizado, destinado a botellero, que permite la ampliación de las naves de elaboración y de crianza en barrica.

La modernidad se palpa en todos los rincones, con un viñedo mágnífico, en el que el riego por goteo se ha enterrado para aprovechar mejor el agua (se evita la evaporación) y proporcionar agua a las raíces más profundas evitando que se desarrollen cerca de la superficie. El riego es aquí imprescindible, en un clima duro pero predecible: la sequía estival es prácticamente absoluta y las lluvias llegan puntuales cada año, marcando el final de la vendimia. El riego se dosifica para obtener una producción importante, en torno a 10.000 kilos de uva por hectárea, que es lo que Ignacio de Miguel considera idóneo para mantener el equilibrio aprovechando la elevada insolación. Así, la producción de la finca se mantendrá más o menos en niveles que no sobrepasarán, con el aún joven viñedo a pleno rendimiento, las 140.000 botellas de vino al año.

De ahí le viene el sobrenombre de “enólogo de la jet”

Lo que sí ha crecido es la familia vinícola. En la cosecha 1999 se incorporó el blanco varietal de Chardonnay, fermentado en barrica. Su estreno coincidió con el abandono de ese tipo de vino por el marqués de Griñón, que, tras una breve experiencia, incluso arrancó la viña. En esa misma cosecha se elaboró un varietal de Syrah, que ofrece unas sorprendentes prestaciones para ser vino elaborado con el primer fruto de la viña, repitiéndose, diez años después, la buena experiencia del primer tinto de Cabernet Sauvignon.

También en esa cosecha, se comenzó a diseñar el primer tinto elaborado con más de una variedad, el Dehesa del Carrizal Colección Privada ’99, elaborado con un 40 por ciento de Cabernet Sauvignon, un 30 por ciento de Merlot y un 30 por ciento de Merlot, con una crianza de un año en barrica de roble francés y alemán. Un magnífico tinto de corta producción (7.000 botellas) que supone al mismo tiempo una culminación del trabajo en la bodega y un punto de partida muy prometedor de cara al futuro.

Ambos vinos, Dehesa del Carrizal Syrah ’99 y Dehesa del Carrizal Colección Privada ’99, han sido presentados de forma simultánea en un décimo aniversario en el que también se perciben cambios en los otros dos vinos de la casa: el tinto muestra una tendencia hacia vinos aún más actuales, con apurada maduración del fruto, concentración frutal y ajustada crianza en la barrica. El blanco, una mayor fuerza de los caracteres frutales que viene a proporcionar sensación de frescura, compensando una ajustada acidez y dando al vino un perfil aromático más cercano a los parámetros europeos que al carácter más contundente de blanco del Nuevo Mundo que ofreció en sus dos primeras cosechas.

Además, esa gama de vinos se ve acompañada de un aceite de oliva virgen elaborado también en la finca a partir de los olivos Cornicabra, la variedad más característica de los Montes de Toledo, con una aportación de Picual, procedentes de los olivos que conviven en buena armonía con el viñedo. Un aceite de alta calidad, como corresponde al prestigio en ese sentido de los Montes de Toledo, zona que podría convertirse en una de las futuras estrellas del mapa vinícola de Castilla-La Mancha, aunque tal vez por un camino distinto. No parece que los responsables de la bodega, promotores de la pionera asociación de Vinos de Pago de Castilla junto con Marqués de Griñón, Bodegas Aalto, Calzadilla y algunos importantes proyectos aún no materializados, opten por promover una denominación de origen al uso.