Hace veinte años, mis maestros en la cata y conocimiento de los vinos, Pepe Serrano y Rafael Ruiz Isla, cantaban las virtudes de la uva Monastrell como uva de calidad. Yo probaba los vinos de Monastrell y la verdad es que era bastante escéptico. Quería tocar la calidad prometida y no había forma. A finales de los ochenta se empezaron a ver algunos rasgos en aquella fugaz buena ola que protagonizaron los Viña Umbría, Cerrillares o Altos del Pío. Se reconocía la calidad aunque había cierta tosquedad en los vinos.

Ahora hay un aire diferente. La uva Monastrell, en solitario o acompañada de otras, ofrece calidad, personalidad y refinamiento y, en compañía de esas otras variedades felizmente aclimatadas en la dura orografía jumillana, va camino de situar a la D.O. Jumilla entre los nombres grandes del mapa vinícola español. Por el momento, algunas marcas se encuentran entre los vinos que apetece tener a mano con cierta frecuencia y no sólo cuando se visita Jumilla. Han pasado de ese estadio un tanto bobo del “no está mal teniendo en cuenta de dónde viene” a ofrecer atractivos suficientes como para competir con cualquiera. El problema es hacerlo saber a los consumidores.

Gracias a la buena actuación de un puñado de hombres del vino de la zona, la D.O. Jumilla vive un buen momento de calidad y se intuye que va a despegar en cuanto a prestigio entre los consumidores enterados, una vez que ya ha convencido a los especialistas. La llegada al conocimiento del gran público es el gran reto y es un proceso largo. Requiere años de perseverancia en el mantenimiento y mejora de la calidad alcanzada. En esta situación de lanzamiento cualquier error se paga y el consumidor es muy sensible con las zonas “malditas”, las de menos fama. En contra de lo que puede parecer, el mercado es mucho más complicado que la crítica.

Fecha publicación:Diciembre de 2002
Medio: Jumilla en la lanzadera