Como es tradicional, la revista norteamericana Wine Spectator correspondiente a diciembre incluye su Top 100 del vino mundial. Como también es tradicional, los vinos del Nuevo Mundo vencen por goleada a los de la vieja Europa en esa clasificación. Sólo tres vinos españoles figuran en la lista.

Si una clasificación de cualquier tipo debe ser tomada con la debida cautela (nadie, ni crítico, ni sumiller, ni vendedor, debería ser capaz de adormecer el espíritu crítico de un consumidor), las norteamericanas tienen unos condicionantes distintos y de singular importancia. Y la clasificación The Top 100 Wines of 2002 at a Glance, que es el largo nombre de la publicada este mes, aún más. Se limita a los vinos que se venden en Estados Unidos y que tienen una presencia importante en los comercios especializados. No se explica dónde está la línea que separa una presencia suficiente de una insuficiente, pero suele ocurrir que se tome como referencia la presencia en Nueva York, tal vez en Washington o Boston y muy poco más.

El chauvinismo americano
Hay que contar con un chauvinismo americano que deja pálido al que generalmente se atribuye a Francia y que se suele extender por cierta solidaridad a vinos procedentes del Nuevo Mundo. Así las cosas, de la clasificación de Wine Spectar se desprende que Estados Unidos es el principal productor de vinos de calidad del mundo: 48 de los 100 vinos son norteamericanos. Otro cinco países del Nuevo Mundo aportan su granito de arena para incrementar la derrota de los vinos europeos: Australia, con seis vinos, Nueva Zelanda, con cinco, y Argentina, Chile y Sudáfrica, con un representante por cada país.

En el otro lado, sólo cuatro países. No es Francia la mejor representante de la enología europea; sus 13 vinos quedan lejos de los 21 que aporta Italia, pero también de los tres españoles y del solitario representante portugués que completa el cuadro. Los tres vinos españoles, que ocupan, respectivamente, los puestos 94, 95 y 97 son Les Terrasses ’99, de Álvaro Palacios (Priorato); Laurona ’00, de Europvin-Falset (Montsant), joint venture de René Barbier y el negociante afincado en Burdeos Christopher Cannan; y Mauro ’99, de Bodegas Mauro (vino de la tierrade Castilla y León). Además, cabría sumar el tinto Artesa Cabernet Sauvignon ’99, en el puesto 30, producido por la filial de Codorníu en Napa Valley (California).

Cuestión de presencia
En la estadística conjunta, 62 vinos del Nuevo Mundo frente a 38 europeos. Sólo
los vinos de Estados Unidos son suficientes para dejar pálido en marcador europeo. La abundancia de vinos italianos apunta hacia la que probablemente sea la clave principal de esa clasificación: la distribución. Es conocido el poder comercial con que cuentan los productos italianos en general, y los vinos en particular, en el mercado norteamericano. La notable proporción de población de origen italiano, su influencia en diferentes ámbitos y una potente aportación de restaurantes italianos dibujan un panorama idóneo para que los vinos italianos tengan una buena presencia en las enotecas de los Estados Unidos.

La clave en este caso es la presencia, pero además, hay que contar con el acceso de los vinos a los templos de los gurús vinícolas americanos. Los vinos llegan a las mesas de los Parker y compañía a través de sus importadores en Estados Unidos, que los presentan a las diferentes catas y en muchas ocasiones son la llave para que los elaboradores puedan peregrinar a esos templos de la prescripción y realizar la ofrenda votiva. Curiosamente se da el caso de que algunos de esos peregrinos son reticentes o perezosos a la hora de dar a conocer sus productos a la prensa especializada española. Sus razones tendrán, pero es lo cierto que tanto esfuerzo de genuflexión no tiene la respuesta debida. Y los datos son elocuentes.

Hay que contar también con las rencillas internas, con importadores que tienen acceso más o menos directo a ciertos sectores de la crítica norteamericana mientras mantienen contenciosos con otros medios de comunicación. Eso se suele traducir directamente en una especie de tráfico de influencias muchos más directa y rotunda que en la vieja Europa, donde aún se guardan bastante las formas aunque haya algunos síntomas preocupantes de informaciones y calificaciones tendenciosas. Entiéndase tendenciosas por una cierta tendencia de algunos a favorecer a los amigos y/o clientes y de algunas bodegas por usar sus recursos para presionar a los que se muestran sensibles a las presiones.

Deficiente estructura comercial
La constatación de todos esos factores peculiares en el mercado norteamericano y en sus prescriptores no debe servir de excusa para una situación bastante deficiente de la comercialización de los vinos españoles. Los mercados internacionales, con sus barreras (idioma, distancia, prácticas comerciales), no hacen sino reflejar las deficiencias comerciales que se acusan también en el mercado interno. Las bodegas no han sabido o no han podido armar una estructura comercial suficientemente sólida y viven de las coyunturas, generalmente subidos a los resultados del corto plazo.

Con escasas excepciones, el éxito comercial indudable que han tenido en etapas concretas muchos vinos, muchas bodegas y algunas zonas productoras, no se ha traducido en el establecimiento de una red comercial consistente. Lo normal en las bodegas españolas, en nítido contraste con las francesas e italianas, para no hablar de las australianas, es una cierta actitud altiva en épocas de demanda (“lo tengo todo vendido y más que tenga más vendo, lo que me obliga a subir los precios”) y llanto y rechinar de dientes cuando, como ahora, vienen mal dadas.

Factores coyunturales
Aquí lo normal ha sido que las bodegas no vendan sus vinos, sino que esperen a que se los compren. Abunda la actitud pasiva de los que, encaramados en el éxito de un momento concreto, han pensado que el buen paño en el arca se vende, sin ver que en etapas de crisis podría ocurrir que el paño se quede en el arca. No abundan los temperamentos comerciales activos como el de algunos, caso de Alejandro Fernández, que durante años recorrió el mundo sin hablar una palabra de inglés pero arrastrando un carrito con sus dos o tres cajas de Tinto Pesquera para darlo a probar a todo el que se dejara. Cabe alegar factores de suerte o de estar en el sitio justo en el momento oportuno, pero no hay que regatear méritos a una actitud que no ha tenido reflejo suficiente.

Así las cosas, los periodos de bonanza se suelen traducir en batacazos comerciales así que las cosas vienen mal dadas. En el ámbito internacional, la mayor parte de los vinos, incluidos los de las zonas más prestigiosas, viven instalados en un segmento más bien bajo de precios y simplemente desaparecen en el momento que suben de precio y se cambian de estantería. El caso del vino de Rioja en estos últimos años ha sido esclarecedor en este sentido. Cuando hay escasez todo va bien, pero cuando, como ahora, hay oferta sobrada, las bodegas españolas tienen pocas armas y se refugian en la coyuntura: Antonio Moscoso, alto cargo vinícola del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, habló hace bien poco de la existencia de una crisis comercial pero destacó un “cierto movimiento relacionado con las malas cosechas de Francia e Italia” en esta última vendimia.

Alégrense las atiborradas bodegas españolas, que cubrirán las bajas producidas por la adversa vendimia 2002 en los comercios internacionales. Tal vez pueda servir para, por fin, ir creando una estructura comercial adecuada. Es difícil llegar a alcanzar el nivel de eficacia de los vinos italianos, pero tal vez habría que buscar imitar a los autralianos, por ejemplo, que, por cierto, han desplazado a los franceses del primer lugar de ventas en mercados tan importantes como el británico.

Fecha publicación:Diciembre de 2002
Medio: TodoVino