Con el lanzamiento de los vinos Nerola blanco y tinto, Miguel Torres apuesta por impulsar la imagen de calidad de la D.O. Catalunya compitiendo en el segmento más joven y dinámico del mercado. Justamente el terreno en el que triunfan los vinos del Nuevo Mundo en el ámbito internacional.

Dos nuevos vinos han engrosado la nutrida nómina de etiquetas que la casa Torres pone en el mercado. Su imagen externa anuncia que se trata de un concepto diferente, desmarcado un tanto de la gama convencional de los Torres, pero también parece querer decir algo más. Los vinos Nerola pueden ser interpretados como una apuesta por la D.O. Catalunya. Parece que sus responsables quieren contribuir a impulsar y al mismo tiempo a definir a esa controvertida denominación de origen en cuya creación la Miguel Torres ha tenido una intervención decisiva, tanto desde el punto de vista personal como por lo que representa su bodega.

Una vez más, la firma señera de Vilafranca del Penedés maniobra con habilidad y oportunidad. Aprovecha la llegada de una nueva generación familiar a tareas de diseño y elaboración de vinos (en este caso su hija, Mireia Torres Maczassek; su hijo, Miguel, templa armas desde hace un tiempo en Jean León) y se pone al frente de una marca genérica que nació mirando más hacia los nuevos mundos vinícolas que a las tradiciones de las comarcas productoras clásicas europeas, pensando en los segmentos más jóvenes del mercado antes que en el consumidor más tradicional.

DO para vinos populares
La creación de la D.O. Catalunya fue una apuesta de Miguel Torres, que buscaba una cobertura de denominación de origen para sus vinos más populares, elaborados a partir de uvas, mostos y vinos procedentes de diferentes zonas. Es más, para algunas de sus marcas de gran tirada la propia D.O. Catalunya, que incluye todo el viñedo catalán, se queda corta y hay vinos (el rosado De Casta, por ejemplo, que necesitaría seguramente todo el viejo reino de Aragón) que se comercializan como vinos de mesa, naturalmente sin indicación geográfica alguna.

La comercialización de vinos, como Sangre de Toro o Coronas, que tienen mucha fuerza en los mercados internacionales, se ve apoyada de forma importante al contar con una denominación de origen. La obtención de esa calificación se revela como un arma eficaz para la comercialización de vinos de gran tirada y precios populares que normalmente se venderían como vinos de mesa con indicación geográfica (una figura confusa que al parecer va a rechazar la Unión Europea; por fin alguien aboga por el consumidor) o como vinos de la tierra.

A la hora de competir con los vinos del Nuevo Mundo y a precios iguales, el consumidor opta por la imagen de calidad que, a pesar de todo, han conseguido proyectar las denominaciones de origen. Eso lo han visto muy bien en los países productores del Nuevo Mundo, que combaten con fuerza el concepto mismo de la denominación de origen pero al mismo tiempo van incluyendo indicaciones geográficas en las etiquetas de sus vinos. Y no sólo indicaciones genéricas, como Coonawarra. Marlborough o Napa Valley, sino más precisas, como Russian Valley o Carnero’s.

La ayuda de la guerra del cava
La creación de la D.O. Catalunya recibió un impulso importante como consecuencia colateral de la guerra del cava. En el famoso enfrentamiento se empleó todo tipo de “munición” (valía todo, incluso el equivalente a la “destrucción masiva”: el ventilador del descrédito generalizado). El conflicto tuvo su origen en el incumplimiento del plazo mínimo de crianza en los cavas de gama baja de Freixenet, que respondió con todo lo que tenía a mano; uno de los argumentos que pudo emplear fue el empleo por parte de Codorníu de variedades de uva no autorizadas, concretamente Pinot Noir, para la elaboración de algunos de sus cavas.

En plena batalla, se confirmó lo que se intuía: se supo que la D.O. Penedés tenía un déficit anual de más de once millones de kilos de uva tinta para cubrir las necesidades de sus bodegas en la elaboración de rosados y tintos. Eso significa que cada año entraban al menos once millones de kilos de uva (o su equivalente en litros de vino) procedentes de otras zonas, que se empleaban para producir vinos que se vendían como D.O. Penedés.

Un fraude consentido, probablemente, para no cerrar a las bodegas de la zona la posibilidad de vender unos millones de botellas, que ya se sabe lo importante que es el comercio, se lleve por delante lo que se lleve. Lo curioso del caso es la escasa reacción registrada en bodegas y entidades de otras denominaciones de origen, claramente perjudicadas por esa práctica ya que no vendían, al menos directamente, esos millones de botellas de vino.

Un éxito comercial
Sea como fuerte, se echó tierra sobre el asunto (en este caso hay culpables por omisión; el consumidor pierde, una vez más) y los más listos pusieron rápidamente sus barbas a remojar. La casa Torres fue muy diligente; sacó sus vinos más populares de la D.O. Penedés y puso manos a la obra en el proyecto de la D.O. Catalunya. El resultado fue un éxito y los números de la D.O. Catalunya son concluyentes: tres años después de su puesta en marcha (fue aprobada en junio de 1999 y se inauguró en esa misma cosecha) cuenta con 91 bodegas embotelladoras que en 2001 vendieron casi 29,5 millones de botellas, el 56,7 por ciento en los mercados internacionales.

El dato importante que no incluyen las estadísticas es el de la calidad media del producto que sale a la calle con la marca genérica Catalunya. La realidad es que es un nombre bastante devaluado en este caso, con unos vinos que equivalen a los vinos de mesa de Castilla, de Andalucía, de Extremadura u otras indicaciones similares que, como se ha dicho, no parece que sean aceptadas por la Unión Europea, por mucho que se incluyan en la nueva Ley del Vino.

En la mayor parte de los casos, los D.O. Catalunya, son vinos de segmento bajo, de los que pelean con el precio asequible como principal argumento en las estanterías de las grandes superficies y se ven sólo en las listas de vinos de los establecimientos hosteleros más modestos. Por contra, es también un buen segmento de búsqueda, con algunos vinos de calidad suficiente que se revelan como estrellas en el campo de la relación calidad-precio tan valorado en algunos sectores en los que, en el fondo, lo que pesa es el factor precio.

Nerola de aire joven y actual
Contra esa imagen parecen ir los dos Nerola que ha diseñado la casa Torres bajo la dirección de Mireia Torres. En la presentación de los vinos, los responsables exponen tres conceptos básicos: contemporaneidad, carácter mediterráneo y tradición. Y lo cierto es que está bien traído. La imagen de la joven creadora de los vinos encaja perfectamente con el carácter de los propios vinos, muy directos y bien definidos, con elaboraciones muy actuales. El uso de variedades tradicionales mediterráneas, hispanas y foráneas, abarca los otros dos conceptos. Se venden exclusivamente en hostelería, lo que ilustra también su destinatario: un consumidor joven, abierto al descubrimiento de nuevos vinos y libre de los prejuicios de un consumidor más tradicional.

El blanco Nerola ’01 es el más apegado a la tradición catalana. Está elaborado con Garnacha Blanca, la variedad blanca mayoritaria en las comarcas del sur (Terra Alta, Priorato, Montsant), y Xarel•lo, tal vez la más emblemática de las cepas de la región y una de las básicas en la elaboración de espumosos. Es mezcla de vinos fermentados en tanque de acero y en barrica, con una crianza del conjunto en barricas de roble nevers de 300 litros durante seis meses. Es un vino más bien sencillo en aromas, pero fino y fresco, con toques delicados florales (azahar, camomila) y de hierbas aromáticas. Ligero y amable en el paso de boca, con toquecito dulce de entrada y paso suave y fácil. Su precio en el restaurante no sobrepasará los 10 euros.

El tinto Nerola ’00 es más internacional, elaborado con la levantina Monastrell y la francesa Surah, dos uvas mediterráneas de pura cepa (con perdón por la redundancia). Ha sido elaborado en tanques de acero pero la fermentación maloláctica la realizó en barricas. Envejeció en barricas de 300 litros de roble allier y nevers durante un año. Es un tinto comercial, potente y muy directo, muy bien diseñado y franco, un tanto de trazo grueso, muy en línea del Nuevo Mundo, adecuado para quienes se inician en el mundo del vino y buscan sensaciones sencillas y potentes.

Destaca su potente y atractivo aroma de fruta bien madura (compotas, ciruelas en aguardiente), matizado por nítido recuerdo de roble nuevo estufad, tonos ahumados y de café. De cuerpo medio y marcados taninos de fruta y de madera de calidad, es bastante expresivo en aromas, con tonos frutales y de crianza que dejan poco paso a sutilezas; final de boca rotundo, con salida ligeramente amarga y tostada y notas de madera y fruta madura en el posgusto. No alcanza los 15 euros en un restaurante medio.

Fecha publicación:Octubre de 2002
Medio: TodoVino