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La DO Bizkaiko Txakolina ha abierto el paso a siete variedades de uva nuevas.

Madrid, 9 de marzo de 2010. AP. Veinticinco vinos de doce bodegas constituyeron el escaparate que la DO Bizkaiko Txakolina.instaló en un hotel madrileño a lo largo de la jornada de ayer. Es una muestra de las elaboraciones que realizan las 56 bodegas de una denominación de origen que abarca toda la provincia de Vizcaya, la única de las tres indicaciones geográficas del chacolí que cuenta con una producción de cierta entidad de chacolí rosado y tinto, un recuerdo de vinos históricos, como el ojo de gallo o el vino de las Encartaciones que aparecen en la literatura del siglo XIX.

Son una anécdota en una zona que busca su propia identidad dentro del perfil del chacolí, para lo que en su corta existencia de poco más de quince años, ha ido incorporando novedades para impulsar la renovación de un vino tan tradicional y tan arraigado en la cultura vasca. La incorporación de variedades de uva nuevas para acompañar a las tradicionales Ondarribi Zuri y Ondarribi Beltza (siete tipos de uva, entre ellos Chardonnay, Riesling y Sauvignon, pero también otras menos conocidas del otro lado de la frontera: Petit Corbu, Folle Flanche, Gros Manseng y Petit Manseng) y la pertinente renovación de las estructuras, tanto en la viña como en las bodegas, buscan nuevos matices en una zona productora en la que sólo se admiten las viñas cultivadas a menos de 400 metros sobre el nivel del mar.

Esa búsqueda de identidad diferencial marca la trayectoria de la zona y la ha situado a la cabeza del chacolí, superando de forma clara a los chacolis guipuzcoanos o a la aún más joven DO Txakolí de Álava. En la muestra presentada en Madrid se percibe esa dialéctica entre los esquemas modernos, claramente expuestos en unos vinos liberados de los viejos defectos propios de esas

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Bodega Itsasmendi elabora los mejores chacolíes de Vizcaya.

elaboraciones que eufemísticamente se califican como “artesanales” (bodegas-cuadra, para decirlo por su nombre), y los tics tradicionales, que se manifiestan en algunos vinos cargados de agraces matices vegetales.

Poco a poco se abre paso la idea de que es mejor el chacolí que se libra de esos rasgos de inmadurez y que, como dicen los clásicos, “es mucho vino y poco chacolí”. Justamente en esa línea están los vinos de Itsasmendi, que se mantienen a la cabeza del chacolí vasco, tanto con su Itsasmendi básico, de perfil más tradicional, como con el Itsasmendi 7, que sale tras una crianza en depósito con sus lías de un año y es el mejor de todos. Además, esa casa consiguió abrir una nueva senda con su Uretzi, dulce de vendimia tardía que en el salón demostró su vocación de vino de guarda.

En la exposición se pudo acceder a algunos vinos que pueden ser considerados casi históricos, por su papel en los primeros pasos de la recuperación del chacolí vizcaíno cuando estaba hasta en riesgo de desaparecer. Ahí están Aretxaga y Señorío de Otxaran, las dos marcas de Virgen de Lorea, firma capitaneada por Manu Calera, que debería darle una nueva vuelta de tuerca en cuanto a madurez de fruta. Un corte clásico que comparte con otras marcas de la muestra, como Amunategi, Egia Enea, Mendraka o Uriondo, vinos de perfil afilado, ligeros de cuerpo y con acidez muy marcada.

.comLos viñedos se cultivan a menos de 400 metros sobre el nivel del mar.

Entre los más interesantes, y más acordes con los gustos de fuera del País Vasco, destacaron Berroja, Elizalde, Txabarri y, sobre todo, los vinos de Iturrialde, en especial un muy interesante Gorka Izaguirre Sustraiak ’08, envejecido en barrica y con futuro prometedor, más que el presente, aún marcado por la barrica. Esa misma bodega presentó un avance de su Gorka Izaguirre Arima, un vino dulce de vendimia tardía fermentado en barrica que tiene buenas perspectivas.

El Consejo Regulador quiso contrastar las cualidades de algunos de estos vinos con un largo menú degustación ofrecido a la prensa especializada en el restaurante Eneko Atxa. Ni las características de los vinos ni la relación del responsable del restaurante con una de las bodegas, precisamente con Iturrialde, fueron argumentos de peso. La comida sirvió para demostrar una vez más que el común de los cocineros-estrella apenas tiene en cuenta el vino que va a acompañar el plato y en la mayor parte de las nueve propuestas de maridaje (con algún error en el orden del servicio) quedaron poco lucidos los vinos y los platillos. Todo aderezado por un servicio de sala numeroso y un tanto apresurado, tan bien dispuesto y amable como mal dirigido.