Según datos difundidos por el Comité de Gestión de Vinos de la Unión Europea, la producción de “vinos de la tierra” supone ya en España el 14 por ciento del total de vinos de mesa (vinos sin denominación de origen) producidos, con unos embotellados de casi 3,8 millones de litros en la campaña 2003-2004. La cifra, que supone un incremento de 1,5 millones de litros en dos años, se acerca algo al 39 por ciento que suponen los vinos de mesa en Italia y queda todavía muy lejos de Francia, donde los “vin de pays” suponen el 79 por ciento de los vinos de mesa.

El dato adquiere relieve por cuanto la existencia de esa categoría de vinos de mesa con indicación geográfica es muy reciente en España y hace suponer que seguirá creciendo. Sobre todo si, como se propugna en las patronales vinícolas, se regula la mención “Vinos de mesa de España”, con la que se ampararía una denominación geográfica para todos los vinos envasados, siempre que procedan de cualquier lugar de España. En la práctica esa indicación podría abarcar todo tipo de vinos, incluidos los populares vinos de mesa envasados en cartón o en plástico, puesto que sólo en circunstancias muy especiales, como la carestía de precios de hace tres o cuatro años, España ha importado productos vinícolas (concretamente mosto concentrado argentino) de otros países.

Por el contrario, España ha tenido siempre vocación exportadora de vinos de mesa a granel. Aún la tiene: el año pasado vendió millones de litros de vino con los que se paliaron los efectos de las malas cosechas de Francia e Italia. Y sería deseable que la siguiera teniendo: el incremento de la producción ha llevado a España el año pasado al segundo lugar en cuanto a elaboración de vinos, gracias precisamente a la mala cosecha italiana, pero parece que este año se va a repetir posición, esta vez por la que se espera sea una cosecha histórica. Lo peor es que no parece que esos incrementos vayan acompañados de un desarrollo paralelo de las estructuras comerciales y de los mercados de nuestros vinos.

La categoría de vinos de la tierra permite incluir en el etiquetado datos como la añada, las variedades de uva empleadas y los sistemas de elaboración, incluido el envejecimiento si lo hubiera. Se incluyen además contraetiquetas que tienen una apariencia similar a las de las denominaciones de origen, con lo que, en la práctica, se proyecta al consumidor una imagen muy parecida a la de los vinos que se embotellan bajo los criterios de un VCPRD (vino de calidad producido en una región determinada), es decir, de un vino con denominación de origen, pero sin las limitaciones que imponen las normativas de las denominaciones de origen en temas como las variedades de uva empleadas, la producción máxima autorizada de uvas por hectárea de viña o el rendimiento uva/vino (cantidad de vino que se puede obtener de un kilo de uva) en la elaboración.

Eso es precisamente lo que se buscaba cuando se reclamaban armas para poder luchar contra la fuerza comercial de los vinos del Nuevo Mundo, teóricamente beneficiados por la libertad en todos los estratos de la producción, sin el famoso “corsé” de las denominaciones de origen. Aunque esa es la categoría de los vinos de batalla en las grandes superficies, en el capítulo de vinos de la tierra se encuentran algunas de las marcas de moda en Italia o en Francia y muchos vinos españoles de alta calidad y prestigio, que han optado por no entrar en una denominación de origen (Mustiguillo, Quercus, ÁN, Martúe, La Plazuela), que han abandonado una de ellas (Guelbenzu, Ribas de Cabrera, Ercavio) o que no tienen la posibilidad de pertenecer a una zona calificada (Mauro, Leda, Dehesa del Carrizal).

Es más que dudoso que la desaparición de esos “corsés” sean el arma definitiva para que los vinos españoles, aunque se trate de los vinos de mesa, sean más competitivos en los mercados internacionales frente a la pujanza de algunos países productores del Nuevo Mundo. Sin embargo, lo cierto es que cada vez son más las bodegas que prefieren renunciar a las denominaciones de origen y se va incrementando el número de casas que abandonan las denominaciones de origen o que dejan fuera de ellas a sus vinos más emblemáticos.

Un caso paradigmático está ocurriendo en Castilla-La Mancha, donde muchas bodegas prefieren la categoría inferior de la mención geográfica “Vinos de mesa de Castilla” a la superior de vinos acogidos a una de las denominaciones de origen existentes. Algunas bodegas dejaron sus vinos de elite fuera de la denominación, caso de Más Que Vinos y su Plazuela o de Bodegas Fontana y su Quercus. Al mismo tiempo, muchas otras de las nuevas optaron por no acogerse a la D.O. La Mancha, caso de Bodegas Martúe La Guardia o Bodegas del Muni, Femal (la filial manchega de Bodegas Arzuaga Navarro), Pago del Vicario, Ruiz Villanueva, Finca Loranque o Bodegas Vitis Terrarum, cuna del novísimo y magnífico Vitis Terrarum, entre otras.

Es bien cierto que algunos ilustres han optado por apostar por las denominaciones de origen, como El Vínculo, de Alejandro Fernández; Finca Antigua, del grupo Valdemar, que pertenecen a la D.O. La Mancha; Finca la Verdosa, que se atreve nada menos que con el sello de la D.O. Méntrida, o Fionca Sandoval, que apuesta por la joven D.O. Manchuela. Son excepciones que contrastan con un panorama general en el que se dan deserciones, como la de Más Que Vinos, que ha sacado sus Ercavio de la D.O. La Mancha, o dos grandes de Valdepeñas que se han pasado al bando del vino de la tierra de Castilla: Bodegas Real, que vivió momentos de gloria como lo más recomendable de Valdepeñas, y Casa de la Viña, la filial del grupo Bodegas y Bebidas.

Los ejemplos se pueden extender a muchas otras zonas, con casos chuscos como el del magnífico tinto Casa Cisca, de Bodegas Castaño, que sale como vino de mesa ante la imposibilidad de ser admitido en la D.O. Yecla… ¡por exceder el grado alcohólico permitido! O el del mallorquín Sió Contrast recién presentado por Hereus de Ribas. Es un tinto que recupera la variedad autóctona Gargollassa pero nunca sería incorporado a la D.O. Binissalem por no ser uva autorizada. Y ello a pesar de que era la más abundante en la isla hasta la llegada de la filoxera, tras la cual fue sustituida por la productiva y problemática (en cuanto a obtención de vinos de calidad) Manto Negro, que es la variedad principal de esa zona mallorquina. Hay que decir que la bodega no ha pedido el plácet de la D.O. Binissalem para ese vino, simplemente porque hace más de un año que decidió salir de ese club y vender sus vinos como vinos de la tierra de Illes Balears.

Lo curioso es que esas ausencias y deserciones no se produce en las zonas punteras, donde la marca colectiva sí que supone una ventaja, sino en las zonas menos famosas, en las que las bodegas más inquietas por buscar la calidad sienten que arrastran incluso una carga negativa sin obtener un gran beneficio a cambio. Las zonas punteras no tienen bajas porque ahí sí se cumple el axioma primitivo de las denominaciones de origen: la protección frente a imitaciones de vinos producidos en zonas que previamente cuentan con un prestigio.

Ocurre que muchas de las denominaciones de origen existentes cuentan con una fama negativa y, además, se permiten el lujo de ponerse estrictos frente a las bodegas innovadoras, que, casualmente, son las que pueden modificar el negativo status quo. Algo no funciona bien en el sistema de denominaciones de origen cuando se producen tantas renuncias a lo que, en teoría, es un refrendo de la calidad de los vinos. ¿O tal vez no?

Fecha publicación:Agosto de 2004
Medio: El Trasnocho del Proensa