Es fin de año, las fechas señaladas, los días de la locura. Todo incita al consumo, desde las imágenes de televisión hasta las luces de las calles, pasando por la prensa, cargada de reportajes extraordinarios dedicados a los regalos, a las vacaciones de invierno y a las golosinas gastronómicas y enológicas. Está contrastado por los científicos: la iluminación abundante incita a comprar sin tasa porque provoca un estado de ánimo similar a un leve aturdimiento que relaja las defensas ante el gasto. De alguna manera, se aplica aquello de “que me quiten lo bailao” y se tiende a tirar la casa por la ventana. Es el momento de permitirse un lujo, pero también debería ser el momento de hacerlo con la debida medida.

La alegría es buena, incluso cuando llega la hora de gastar. Otra cosa es la locura. Ese buen estado de ánimo nos permite ser generosos con los que nos rodean y también con nosotros mismos. Sin embargo no hay que caer en lo que en algunos ambientes comerciales se calificó como “síndrome Chivas”. Consistía tal síndrome en comprar esa marca de whisky para hacer ese regalo de “quedar bien” al médico, al abogado, al dentista y, en general, a aquéllos con los que es necesario llevarse amigablemente. El obsequio no se elegía por la calidad del producto, sino por su precio, que era tres o cuatro veces superior al de un whisky convencional. A ese “prestigio” pecuniario se unen las lujosas y atractivas presentaciones para completar los argumentos que inciden en la decisión de compra.

Vinos para regalar
En el mundo del vino ocurre algo parecido. El vino se ha convertido en un elemento de regalo con muy buena imagen y al mismo tiempo en un buen recurso para agasajar a ese amigo o familiar “que sabe mucho de vinos” cuya figura es ya habitual en el entorno casi de cualquiera. La elección es siempre muy arriesgada, porque ¿qué disco se regala a un melómano? Hay vinos especialmente diseñados para ser objeto de regalo, con vistosas etiquetas, botellas especiales cercanas a las formas de un frasco de perfume, cajas a todo lujo y contenido no demasiado brillante. Pero se queda bien o eso se piensa.

Parece que lo más razonable es buscar el consejo de los expertos y no dejarse deslumbrar por las luces de una marca famosa o de una zona de prestigio. Además, hay que contar que para un aficionado tal vez lo menos atractivo sea esa marca famosa, algo así como regalar Las bodas de Fígaro al melómano de antes. El regalo ganará relieve si se trata de un vino nuevo o menos conocido pero, claro está, de alta calidad.

Para un buen aficionado al vino de calidad los fastos de esta época del año son una magnífica ocasión para regalar, pero también y sobre todo para regalarse a sí mismo. Es la hora de disfrutar de las joyas de la bodega, de esas botellas que se guardan para una ocasión especial. Aunque en esa ocasión especial no falte el cuñado picajoso que diga que ese espléndido tinto “no es para tanto; compro yo en la cooperativa un tinto por garrafas que ese sí que es bueno. Y a veinte duros el litro”. Pero es que la Navidad no sería Navidad sin esos entrañables encuentros con los inevitables pelmazos.

Y no sería Navidad sin esas comidas y cenas en las que disfrutar de las golosinas que nos ofrecen la despensa y la bodega. Y en la palabra disfrutar hay que incluir no sólo el mientras, sino también el después, que en estas fechas y a partir de los 25 años lo del día siguiente no es una resaca, sino una convalecencia. En esto de las buenas viandas y de los grandes vinos, como en tantas cosas, la virtud está en la moderación. Y cabría añadir que en el uso adecuado de los productos.

Menús largos y anchos
El auténtico lujo es el disfrute de alimentos y bebidas en toda sus cualidades, para lo cual hace falta una cierta dosis de sabiduría. En esta época en la que las luces nos deslumbran a la hora de comprar y también a la hora de comer y beber, es especialmente importante mantenerse alerta y no caer en los excesos. La moderación deberá aplicarse, naturalmente, en el sentido vertical, el de la cantidad que se ingiere de cada vino o alimento, pero también en el horizontal, en el del número de vinos y viandas que se van a servir en un solo almuerzo.

El ambiente de lujo y de cierto despilfarro al que invitan las luces de las calles se traduce con frecuencia en un amontonamiento en la mesa de sofisticados platos y caros vinos, muchas veces sin una buena relación entre ellos y con frecuencia sin que la sucesión de tantas sensaciones diferentes permita apreciar en su justa medida las cualidades de cada uno de ellos.

Los de las fiestas navideñas suelen ser menús largos y anchos, con aperitivos abundantes y variados, entradas diversas, pescados, carnes y postres en una secuencia que puede adquirir dimensiones pantagruélicas. Sobre todo para un urbanita moderno, poco acostumbrado en la actualidad a almuerzos o cenas copiosos.

Parece inevitable la degustación más o menos frugal (más bien menos) de una gran variedad de platos y productos, pero eso no implica que deban ser acompañados por una variedad equivalente de vinos distintos. En general es poco recomendable que una almuerzo o cena cuente con más de cuatro vinos. En estos casos en los que la variedad de platos es amplia conviene abrir la oferta, de manera que los comensales puedan elegir, aunque quepa el riesgo de que se quieran probar todos los vinos, cayendo en los errores de siempre.

La elección de los vinos requiere extremar los cuidados habituales para que el ágape se desarrolle en buena armonía. Hay que tener en cuenta que cada uno de los vinos elegidos deberá ser capaz de desempeñar más de un papel, es decir, tendrá que ser buen acompañante de platos de naturaleza diferente. Habrá comensales que prefieran tomar espumoso de principio a fin, con todos los platos, mientras que no faltará el fiel a los tintos y que desdeñe el resto de los vinos.

El vino por encima del plato
Si la intención es abrir viejas botellas habrá que cuidar que los platos no sean demasiado contundentes. En general es recomendable que los vinos se impongan ligeramente a los platos ya que en caso contrario se tenderá a beber demasiado. La degustación de un vino tiene dos vertientes, por un lado el adecuado despliegue de sus cualidades y, por otro, despejar y limpiar el paladar, dejando la boca lista para recibir un nuevo bocado. Si el vino en más débil que el plato, pasará desapercibido y será necesaria una ingesta doble: un trago para limpiar el paladar y otro para enterarse de que hay vino en la boca. Por el contrario, si el vino es demasido contundente, lo que pasará desapercibido es el plato, lo que supone un despilfarro al precio que va todo.

En unas fechas así de señaladas hay que procurar ser feliz y hacer felices a los que nos rodean. Es importante contar con que, afortunadamente, cada comensal tendrá unas preferencias y procurar satisfacer sus deseos, sin imponer la degustación de un vino o de un plato por rico y famoso que sea. Y ensayar nuestra mejor cara de póquer para cuando el pelmazo de siempre nos haga la pregunta de cada año: “¿y dices que has pagado cien euros por este vino?”. Que pasen felices fiestas.

Fecha publicación:Diciembre de 2002
Medio: TodoVino