Fecha publicación:Septiembre de 2004
Medio: Sobremesa

 

La vieja Garnacha, denostada, vilipendiada y en no pocas zonas condenada al ostracismo, reaparece con fuerza. Liberada de su clásico papel como uva que aportaba producción, cuerpo y grado alcohólico, y de algunos tópicos, se postula como una alternativa de modernidad y carácter.

Secastilla, Care, Paisajes VII o Mancuso. Son cuatro de las novedades importantes de los últimos meses y todos están elaborados exclusiva o mayoritariamente con Garnacha. Siguen la estela de otros de gran prestigio, tanto recientes, caso de Fagus de Coto de Hayas, Tres Picos, Santa Cruz de Artazu o Cabrida, como de trayectoria más prolongada, caso de buena parte de los prioratos, de Gran Feudo Viñas Viejas o Conde de Valdemar Reserva Garnacha, entre otros.

Con cerca de 400.000 hectáreas de cultivo, la uva Garnacha es la variedad tinta más cultivada en el mundo y la segunda en términos absolutos, tras la blanca Airén. Su origen parece claramente establecido en el Mediterráneo Occidental pero su geografía actual se extiende por todo el mundo, con importante presencia en lugares como Australia, donde ocupa el segundo puesto tras su gran compañera del Ródano, la Syrah.

En España hay Garnacha también casi por todas partes, pero sus centros principales se encuentran en el valle del Ebro y en la cuenca del Tajo. Naturalmente, en el conjunto del viñedo español se mantiene la clasificación: primero la blanca Airén, que ocupa un tercio del total de viñas, y segunda la tinta Garnacha, con más del 10 por ciento. Cifra todavía importante, a pesar de que su cultivo ha retrocedido en muchas zonas.

El solitario o, preferiblemente, participando en coupages, la vieja Garnacha se encuentra en lo que parece el inicio de una etapa de esplendor. Los creadores de vinos vuelven sus ojos hacia las viñas y las uvas de siempre, una vez que se van superando paulatinamente las fiebres de las cepas foráneas. Se ha atravesado una especie de pasión por el Tempranillo, que durante algún tiempo fue considerado prácticamente como la única alternativa en cuanto a uvas de altura. Se revindican variedades de uva como Monastrell, Cariñena o Bobal, se experimentan otras, como Graciano, Prieto Picudo, Juan García o Callet, y hasta se investiga para “resucitar” algunas prácticamente desparecidas, como Maturana, Garró o Parraleta. Casi de repente, se ha caído en la cuenta de que España puede tener un catálogo varietal muy interesante que aflora bajo el dominio comercial de las variedades francesas o de la más prestigiosa de las hispanas.

Sin embargo, parecía que todo eso no iba con la Garnacha, la uva tinta más cultivada en España y al mismo tiempo la única que compite en “fama” a nivel más popular con Tempranillo o Cabernet Sauvignon, aunque en un aspecto negativo. Ha trascendido la imagen de vinos bastos y alcohólicos de los “garnachos” de toda la vida, identificados en amplias zonas con vinos tabernarios, de poco empaque y vida corta. Una mala fama que se unía al mismo tiempo al nombre de la variedad y a los de las zonas de las que procedía y que ahora pugnan por disipar.

“Mala fama deberíamos haber tenido quienes manipulábamos Garnacha. Ha sido muy maltratada. En tiempos antiguos era muy buena, con producciones bajísimas y una calidad enorme, pero las bodegas no estaban preparadas y los técnicos tampoco”. Son palabras contundentes de Jesús Navascués, seguramente el enólogo que con mayor propiedad puede hablar de esa uva después de toda una vida de dura lucha con las garnachas aragonesas: nacido en la zona de Campo de Borja, hijo de bodeguero, ha sido enólogo durante más de treinta años en algunas de las grandes cooperativas de todas las zonas de Aragón.

José Manuel Echeverría, autor de los tintos Alzania (DO Navarra), le pone palabras técnicas: “La Garnacha tiene un alto nivel de tiroxinasa, una enzima que aumenta con la maduración y es muy oxidásica, contribuye a aumentar los pigmentos pardos del color del vino”. Miguel Ángel de Gregorio, autor de dos varietales de Garnacha en Rioja, Paisajes I y VII, abunda en la misma idea: “es muy sensible a las elaboraciones poco limpias; es muy fragante, con unos aromas frutales muy buenos, pero también muy delicados precisamente por esa tendencia a la oxidación. Y no es cuestión de acidez o de pH porque las cultivadas en zonas altas también tienen esa tendencia hacia la oxidación”.

Para Gonzalo Ortiz, enólogo de Bodegas Valdemar y autor de un tinto pionero, Conde de Valdemar Reserva Garnacha, “es difícil de cultivar, es menos segura que el Tempranillo y, si produce mucho, tiene poco color. El problema es que ni se ha plantado en sitios adecuados ni se ha elaborado bien. Como es más resistente a la botrytis por tener una acidez relativamente alta, se vendimiaba al final y se sobremaduraba; luego se fermentaba en lagos abiertos y, claro, se oxidaba y enranciaba. Llegaba a las bodegas con una graduación alcohólica posible de 15 o 16 grados. En ese nivel de alcohol también el Tempranillo se oxida”.

El desprestigio de la Garnacha hizo que se olvidasen datos como su tradicional presencia en el rioja tradicional. “Siempre intervino en los coupages de Rioja, recuerda Gonzalo Ortiz, y hasta hace doce o quince años todos los riojas tenían un porcentaje muy alto; en producciones adecuadas aporta acidez y es al mismo tiempo un tanto dulzona, por lo que va muy bien en las mezclas”.

Miguel Ángel de Gregorio afirma que “no hay una Garnacha, hay muchas. Hay diferentes clones y un comportamiento muy diferente en función de climas y suelos. Hay Garnacha en Rioja Baja que produce estructura, alcohol y mucho color y otra en Rioja Alta con muy poco color. Hay pueblos en los que tenían más Garnacha y optaron por dedicarse a los claretes. Unos claretes que, por cierto, son de muy poco color y viran rápidamente hacia los tonos piel de cebolla, a pesar de tener una acidez alta, lo que confirma la tendencia clara hacia la oxidación de la Garancha”.

Esa especialización marcó de alguna manera la geografía de los vinos de Rioja. En Rioja Alta se planta más Tempranillo pero hay zonas de Garnacha, como el valle del Najerilla, especializadas en vinos rosados, los claretes de poco color mencionados por el autor de Aurus. Son muy prestigiosos en el mercado riojano los de San Asensio, Cordovín y Badarán, tres municipios tradicionalmente especializados en esos vinos jóvenes y que mantienen sus viñas de Garnacha tradicionales.

Todo lo contrario ocurrió en Rioja Baja, donde la mayor influencia mediterránea proporciona unas condiciones idóneas para el cultivo de esa variedad. A pesar de ello, en los últimos años ha sido sustituida en una gran medida por Tempranillo, hasta el punto de que ya no es mayoritaria en esa comarca. Una excepción es Tudelilla, reconocido desde siempre por la calidad de sus Garnachas. El suelo pedregoso, el clima y la escasa producción de sus viejas viñas confluyen para que la Garnacha de Tudelilla, más concretamente la del pago de La Pedriza, sea objeto de deseo de firmas importantes.

Una de ellas es Bodegas Roda, que ha comprado una viña aquí y de ahí procede la Garnacha que interviene en Roda II de forma tan decisiva que si no da buena uva prácticamente se condena la cosecha de Roda II. Otra es Bodegas Valdemar, que elabora su varietal de la finca La Asperilla, situada a caballo entre Ausejo y Tudelilla. O Paisajes y Viñedos, iniciativa conjunta de Miguel Ángel de Gregorio y Quim Vila (Vila Viniteca), que elabora su Paisajes I a partir de una viña de Tudelilla. Hay otro tinto, Paisajes VII, de una Garnacha más oriental, de Aguilar de Río Alhama: “el valle del Alhama, donde confluyen Castilla, La Rioja, Navarra y Aragón, es ya una zona de montaña, con una altitud de 800 metros sobre el nivel del mar y un clima y una tierra muy particular; es una zona con un gran encanto”.

El retroceso se notó más si cabe en la DO Navarra, en el momento en que sus bodegas pugnaban por elaborar vinos más estructurados y con capacidad de envejecimiento y cuando apostaron por los tintos sobre los rosados. Aunque éstos últimos mantienen su pujanza comercial, no han impedido que la uva Garnacha retroceda en amplias zonas, desplazada por prácticamente cualquier otra. Ha desaparecido casi completamente de Tierra Estella y hay cooperativas, como la de Murchante (Ribera Baja), que han de comprar Garnacha en otros pueblos porque no tienen suficiente para sus propios rosados. En otros lugares, como en la Baja Montaña, se mantiene porque al Tempranillo le cuesta madurar, pero en gran parte ha sido sustituida por clones modernos, más productivos y que no tienen el problema tradicional de la Garnacha, el “corrimiento de flor”, que consiste en que no cuaja la floración generalmente a causa de alguna inclemencia del tiempo.

“La faena de la Garnacha, dice José Manuel Echeverría, es la estabilidad del color. Requiere más mimo, mover menos el vino y procurar hacerlo siempre cuando el vino tenga carbónico, que lo protege de la oxidación. Y hay que cuidar que las barricas estén siempre llenas, reemplazando las mermas con mucha frecuencia. De esa forma, ofrece todas las ventajas, incluso frente a Tempranillo: acidez, concentración, buen color, pH bajo…”. José Manuel Echeverría sustenta en Garnacha su vino estrella, el nuevo Alzania Cuvée Especial, aparecido en 2003.

El retroceso parece haberse detenido a tiempo, en parte por la necesidad de Garnacha para la producción de los rosados, en parte porque algunos de los elaboradores más destacados han “descubierto” la Garnacha. Mientras muchos navarros sustituían sus viñedos tradicionales, el alavés Juan Carlos López de la Calle empezó a trabajar con Garnacha hace cerca de diez años, elaborando vinos que se destinaban a la exportación. Desde hace tres años, comercializa su tinto Santa Cruz de Artazu, un varietal de Garnacha que se ha situado como uno de los mejores vinos de la DO Navarra.

Algunas de las casas tradicionales han ido aprovechando las ventajas de la uva tradicional. Una de las pioneras fue Bodegas Julián Chivite, con su Gran Feudo Viñas Viejas, un tinto reserva; casi al mismo tiempo, vieron la luz vinos como Príncipe de Viana Garnacha de Viñas Viejas o Guelbenzu Jardín, y más recientemente, el año pasado, se ha sumado Javier Ochoa con su Ochoa Garnacha & Graciano.

Unas ventajas que se empiezan a ver en Aragón, donde no se ha dado tanto retroceso, tal vez porque los vinos no han alcanzado un precio que permita invertir en la reconversión del viñedo. Aragón se ha convertido en una especie de reserva de Garnacha, a pesar de los ataques del abandono de viñedo, que han afectado a comarcas enteras. Una de ellas es Valdejalón, al pie del Moncayo, de donde sale el Mancuso, tinto que lleva el nombre de una antigua moneda de oro del reino de Aragón y que es fruto de la asociación del alavés Carlos San Pedro (Bodegas Pujanza) y el maño Jorge Navascués, hijo de jesús Navascués y responsable de la nueva etapa de Señorío de Aylés (DO Cariñena).

Mancuso ha llegado algo así como al rescate de las últimas viñas de Garnacha de Jarque de Moncayo, un viñedo en recesión, propiedad de viticultores de edad muy avanzada, que en buena parte se abandonaron para vender los derechos de plantación a bodegas de otras zonas. La 9 hectáreas de Mancuso, repartidas en tres parcelas, y unas pocas viñas dispersas más es lo que queda de una zona áspera y dura, situada a una altitud de entre 850 y 950 metros sobre el mar, en la que todo era viña.

Son viñas viejas, algunas de cerca de cien años, que producen 300 gramos de uva por cepa, repartidos en seis o siete racimos. Es una de las últimas estrellas del vino español, antes incluso de haber salido a la calle, y se sitúa en la vanguardia de los nuevos vinos aragoneses, junto con descubrimientos como Care, un gran cariñena, obra de Jesús Navascués, elaborado con Garnacha y un 40 por ciento de Cabernet Sauvignon y aparecido en 2003.

La mezcla parece ser lo más adecuado con esa variedad. “Hay que entender, afirma Jesús Navascués, que con la Garnacha se puede llegar hasta donde se puede llegar, porque tiene sus limitaciones. En la mayoría de los casos necesita refuerzos que aporten lo que le falta, fundamentalmente polifenoles para que soporte la crianza; aromas y demás ya tiene. Sólo puede ir sola en casos excepcionales, en viñas de rendimiento muy bajo y que no vea el riego; ahora vemos que es una gran ventaja que no se haya permitido poner Garnacha en regadío. En mi tierra hay zonas muy buenas con Garnacha así, como las zonas de sierra de Calatayud, Daroca, Atea, el Campo de Borja…”

Precisamente Campo de Borja se está postulando como una de esas zonas de interés. Los pioneros Borsao, obra del inolvidable Teodoro Pablo y siempre entre los mejores tintos jóvenes de España, parecían confirmar esa necesidad de que la Garnacha llevara compañía; la fórmula Garnacha-Tempranillo-Cabernet se reveló como todo un hallazgo, pero pronto se empezaron a ver nuevas posibilidades incrementando la presencia de esas garnachas de viñas viejas y de producciones muy cortas, las que se retuercen hasta lo imposible a influjo del duro cierzo y sobreviven milagrosamente en los pedregales de las laderas del Moncayo. Esas viñas son el sustento de algunas de las glorias de la enología aragonesa actual, como los Coto de Hayas, en especial Fagus y Coto de Hayas Garnacha Centenaria, o los Borsao y Tres Picos.

Sin embargo, la sorpresa surgió en mayo de 2003 donde menos se esperaba, en la DO Somontano, una zona que llamó la atención precisamente por producir vinos aragoneses sin Garnacha. El tinto Secastilla, de Viñas del Vero, rompe con esa imagen y al mismo tiempo con la trayectoria de su autor, Pedro Aibar, uno de los adalides de las uvas francesas en el Somontano. Algo llevará en los genes, ya que procede del valle del Ebro y su padre es el presidente de la DO Campo de Broja. “Secastilla, confiesa Aibar, es un contrapunto al trabajo con uvas foráneas, algo así como rendir pleitesía a la Garnacha”. Procede de un viñedo viejo del valle de Secastilla, una zona alta, con viñas de secano, plantadas en vaso y en ladera. Es decir, casi exactamente lo opuesto a los modernos viñedos de Viñas del Vero.

“Quería conseguir un vino a la altura o más de los otros de Viñas del Vero, reivindicando una variedad de la zona. No acababa de estar cómodo con Tempranillo y me gustó esa Garnacha porque vi que podía hacer un vino diferente, apostando por una personalidad del Somontano, tan alejada del Priorato como de la ribera del Ebro. Hice elaboraciones diferentes en la cosecha 1999 y 2000 sólo con Garnacha, pero me resultaba aburrido, un poco monocromo, un vino demasiado evidente. En la viña hay mezcladas algunas plantas de Parraleta y Cariñena y le pusimos un poco de Syrah, pero no para darle fuerza, sino más bien al contrario, para darle grasa. Es una Garnacha menos mediterránea y más continental, más cercana a las garnachas del Ródano medio. Tal vez menos grasa y con menos expresión que las del Priorato , pero me parece que con más vida por delante”.

El Priorato es siempre un punto de referencia porque fue la zona que descubrió la Garnacha para el vino español moderno. Sin embargo, ni va en solitario ni fue estrella desde el primer momento. Los mejores prioratos se sutentan en el matrimonio Garnacha-Cariñena, con la segunda aportando lo que suele necesitar la primera: color intenso y estable. “Empezamos con Cabernet Sauvignon y Merlot, recuerda José Luis Pérez Verdú, autor de Clos Martinet (35-40 por ciento de Garnacha), porque nos dijeron que la Garnacha se oxidaba y la Cariñena era muy vegetal. Eso era renegar de nuestra historia y nuestra cultura y nos lanzamos a trabajar para obtener personalidad y cultura; pensamos que no todo es calidad, que en el vino también hay que dar cultura; además de la técnica, también hay que pensar en la tradición”.

Y la cultura vitícola catalana parecía ir por las tintas Garnacha y Cariñena tras el retroceso de otras, como Monastrell o Sumoll y la difícil adaptación de Tempranillo o Ull de Llebre. Sin embargo no fue la Tempranillo la única que encontró dificultades en el Priorato. “Hay variedades que no se adaptan, afirma Pérez Verdú, como Merlot y Tempranillo, que en el Priorato no terminan de madurar bien los polifenoles. No responden poque el clima es muy seco y la planta tira del agua de la uva, aunque se riegue. La Garnacha va perfectamente y con la Cariñena hay que esperar un poco más.”

La viticultura es también en este caso la clave: “si está en sitios llanos, el vigor es muy grande y, si no se controla, da uvas grandes y apretadas en racimos de gran tamaño y con eso no se puede hacer nada. En esos racimos hay un 20 o 30 por ciento de granos con 8 grados de alcohol y otro 30-40 por ciento que tiene 15; en la elaboración esa uva suelta una gran cantidad de taninos verdes y el vino es basto. Hay que cambiar la morfología del racimo y eso es cambiar muchas tradiciones de cultivo, algo que provoca mucha controversia. El gran error de las denominaciones d eorigen es limitar el número de yemas y la calidad no tiene que ver con el número de yemas, sino con el número de racimos, con la producción de la planta. Hay que conseguir que para obtener un kilo de uvas tengamos diez racimos y no dos”.

Pérez Verdú tiene experiencia en toda Cataluña y siempre en la misma línea: “en el Ampurdán hay tres zonas bien diferenciadas, con terrenos de licorella en la costa y áreas graníticas. En general las garnachas no son tan cálidas como en el Priorato, resultan vinos algo menos ricos en aromas y algo menos elegantes que en el Priorato”. En Montsant, zona vecina de la DO Priorato, ocurre algo parecido, aunque hay una gran diversidad de condiciones (suelo, altura, orientación y hasta clima) que dan unos matices muy diversos y eso lo están explotando en una zona que se revela como una de las más interesantes de Cataluña gracias a sus Cabrida, Laurona y otros buenos vinos hechos con Garnacha.

En Alella, donde Pérez Verdú asesora desde hace dos años a la antigua cooperativa, hoy privatizada, “hay una gran diferencia, con una uva completamente diferente y con un factor distinto: allí hay una degeneración muy grande por virus y eso afecta a la superficie foliar y a la producción. Hay que estudiar mucho pero hemos visto dos tipos de Garnacha; la más extendida es muy productiva y muy mala”.

La experiencia de Pérez Verdú a todo lo largo y ancho de Cataluña es apenas comparable con la de la gran casa del tinto cartalán, Miguel Torres. Dos de sus marcas tradicionales, Sangre de Toro y Gran Sangre de Toro, ambas de amplia tirada, se sustentan en ese tándem varietal clásico, con Garnachas y Cariñenas seleccionadas en toda Cataluña, desde el Ampurdán hasta el Priorato. “Con ese coupage, afirma Miguel Torres, se consigue la relación ideal tanino-antociano; la Garnacha es rica en tanino y pobre en antociano, mientras que la Cariñena es relativamente pobre en taninos y rica en antocianos. Por eso es la fórmula varietal de todo el Mediterráneo, desde Calabria hasta Cataluña”.

Torres ha creído en la Garnacha y ha seguido investigando. Uno de sus vinos estrella modernos, Grans Muralles, está elaborado en un 50 por ciento de Garnacha, un 20 de Cariñena y el resto de otras tres variedades. En Conca de Barberá investiga con la llamada Garnacha del Bosc de Poblet, de grano muy pequeño y racimo apretado, como una piña. En su proyecto del Priorato han plantado Cariñena y un poco de Syrah. “En cuanto a la Garnacha Negra, termina Miguel Torres, estamos encantados con los resultados obtenidos en nuestra finca de Tarragona, sobre todo cuando los suelos son de escasa fertilidad, de pizarra o pedregosos. Los vinos elaborados en base a la Garnacha Negra son de un enorme interés y vienen a reflejar la tradicional presencia de esta cepa en el contexto de la viticultura mediterránea”.

Un interés que no fue suficiente para mantener las viejas garnachas de la zona otrora puntera de Cataluña, el Penedés, donde en realidad desaparecieron casi todas las uvas tintas arrolladas por las blancas que iban destinadas al cava. “En nuestra zona, afirma Gerard Jané (Jané Ventura), nunca fue bien considerada, pero se pueden obtener excelentes resultados con una viticultura de calidad, en zonas de montaña, en viñas de ladera, en terrenos muy erosionados y pobres”.

Gerard Jané busca Garnachas especialmente en la zona del Baix Penedés: “hay muy poca, pero hemos podido elaborar un vino experimental, en principio para ir conociendo las variedades de aquí y para combinar en el tinto Margalló. Hemos vinificado dos viñas, una en La Bisbal, a 250 metros de altitud, y otra en la zona de Montmell, a 500 metros. Mucho mejor la segunda, con un vino muy expresivo en la nariz aunque sin la concentración del Priorato; se puede parecer más a las de Montsant. Eso lo marca el terreno”.

El interés que se detecta en el valle del Ebro y Cataluña no ha llegado a la otra gran zona productora de Garnacha, el oeste de la Meseta. La Garnacha es protagonista casi absoluta en la DO Méntrida, en las subzonas Navalcarnero y San Martín de la DO Vinos de Madrid y en la comarca castellana de Cebreros, todas ellas situadas en las estribaciones de la sierra de Gredos. Esa área de influencia se extiende hacia los Montes de Toledo, en la comarca de Gálvez, y hasta en el valle del Bullaque, destacado por los modernos y “foráneos” Dehesa del Carrizal o Vallegarcía, las escasas viñas tradicionales son de Garnacha.

Son comarcas vinícolas tradicionalmente dedicadas a abastecer al mercado de vinos de mesa, los vinos de pasto de toda la vida, vendidos primero a granel o en garrafas, luego en botella de seis estrellas y hoy en envases de cartón (los Perlado, Castillo de Gredos, muchas marcas blancas…). En consecuencia, la viticultura se especializó en la producción, en conseguir grado y color para arreglar las mezclas que se envasan en esos vinos de mesa. Es la vieja historia de tantas zonas españolas, pero con la diferencia de que en esas áreas de la Meseta no se perciben progresos importantes.

La razón podría ser el propio tipo de Garnacha, que no tenga aptitud para mejores producciones. Ignacio de Miguel, enólogo de Dehesa del Carrizal y de Vallegarcía, ha investigado con Garnacha de Gálvez y ha desistido porque no daba una calidad suficiente, incluso elaborada con todo el cuidado y reforzada con Cabernet o Syrah del Bullaque.

La otra bodega estelar de esa zona, Finca La Verdosa, propiedad de José María Entrecanales, directamente no la utiliza en sus emergentes tintos Arrayán. Miguel Ángel de Gregorio, enólogo asesor de la bodega, da dos razones: “José María Entrecanales fue aconsejado por Carlos Falcó, marqués de Griñón, que le recomendó sus variedades favoritas, entre las que, obviamente, no está la Garnacha. Además, es que la Garnacha de Méntrida es de un clon muy productivo y no parece muy oportuno trabajar con ella. No obstante, hay otra, que en la zona llaman Aragonés, que es más parecida a la del Ebro y habría que estudiarla”.

En otras zonas hay restos de una presencia anterior más importante de Garnacha. Es el caso de Toro, donde aparece mezclada con Tinta de Toro en viñedos antiguos. Según Ignacio de Miguel, asesor de Estancia Piedra, que la pasada primavera lanzó su cuarto tinto, La Garona, que incluye una proporción notable de Garnacha, “en Toro la Garnacha se usaba para dar elegancia a los vinos; la tinta de Toro es muy cerrada y mineral y una proporción de Garnacha daba carácter frutal. Por eso los viticultores la mezclaban en la propia viña”. La Garona sigue los pasos de un veterano de la zona, Wenceslao Gil, que ha incluido una pequeña proporción de Garnacha en los vinos de la segunda bodega familiar, Gil Luna.

En la DO. La Mancha su presencia llega poco más lejos que al catálogo de variedades autorizadas por el Consejo Regulador, lo mismo que en Manchuela, donde, sin embargo, ha participado en alguno de los vinos de Finca Sandoval, la bodega del periodista Víctor de la Serna, otra de las firmas que han triunfado en el último año. Podrían ser el germen de un nuevo resurgir de esa variedad que algunos tienen en cuenta en La Mancha, como Gonzalo Ortiz, enólogo del grupo Valdemar: “en Finca Antigua no tenemos pero voy a poner. Hay Garnachas buenas en Villacañas o en Méntrida, pero se siguen elaborando como hace 50 años. Además, no quieren ni oír hablar de Garnacha porque es más complicada de cultivar y se paga menos que el Tempranillo”.

Garnachas marginales: Tintorera y Peluda
“Si tengo tiempo, un día me dedicaré a conocer bien las diferentes Garnachas”, promete Miguel Ángel de Gregorio. Las diferencias de clones de la Garnacha Tinta se unen a la existencia de otras garnachas, como la Garnacha Peluda, que se da en algunas zonas de Cataluña y de la que elaboradores de calidad, como Miguel Torres no quiere “oír ni hablar; es una variedad elegida por su producción y no da calidad”. Otra alternativa es la Garnacha Tintorera, que según parece no tiene gran cosa que ver con la Garnacha Negra, salvo por el nombre.

La Garnacha Tintorera es la Alicante Bouché, la única variedad con la pulpa coloreada, y tiene dos áreas de cultivo principales, el Altiplano Levantinos, en especial en la DO Almansa, y las zonas gallegas de interior. En ambos casos han dado siempre vinos bastos y de poco relieve. No obstante, en los últimos tiempos se está reivindicando en Almansa y hasta en algunas zonas meridionales de La Mancha. Los nuevos vinos de la cooperativa de Alpera y el joven varietal de Bodegas Piqueras, ambos en Almansa, así como el nuevo e interesante Agios de Pago del Vicario, que sale como vinos de la tierra de Castilla, en el que interviene en un tercio del total, son buenas promesas de futuro de una variedad que dio hace unos años uno de los mejores tintos de Portugal, el singular Quinta do Carmo.

Garnacha Blanca: sola o en compañía de otras
La peculiar Garnacha Blanca tiene bastante cosas en común con su hermana tinta, como su fama de oxidativa y su retroceso en algunas zonas. No hay Garnacha Blanca en las zonas de la Meseta y escasea en la mayor parte del valle del Ebro: en Rioja es ya casi un recuerdo, con apenas 44 hectáreas dedicadas a su cultivo, y apenas hay rastro en las zonas navarras y aragonesas. Sí abunda en Cataluña, sobre todo en la DO Terra Alta, donde supone dos terceras partes del viñedo. Otra zona destacada de Garnacha Blanca es la DO Priorato.

Carlos Falcó, marqués de Griñón, investigó con Garnacha Blanca en las zonas de Teurel y Terra Alta (el proyecto Tastevin, en los primeros noventa), pero desistió ante la rápida evolución de los vinos. Otros elaboradores han insistido, tal vez más por necesidad que por auténtica vocación. Algunos buscan alternativas para a una variedad que se destinaba a vinos rancios y que da vinos de alta graduación y poca frescura.

La alternativa parece pasar por su combinación con otras variedades, en especial con la francesa Viognier. Esa fórmula está dando algunos de los mejores resultados, que proceden casi todos de la DO Priorato, donde destacan el Clos Nelin, de René Barbier (Clos Mogador), en el que la Viognier aporta frescura; el Coma Blanca, de Mas d’en Gil, con Macabeo, y el Mas d’en Compte, de Joan Sagenís, en el que se combina con Picapoll y Xarel•lo. El irregular blanco Venta d’Aubert, que elabora en Cretas (Teruel) el suizo Hans Mühlemann, suma Garnacha Blanca, Chardonnay y Viognier.

En todos ellos interviene la madera, lo mismo que en los que se están elaborando en la DO Terra Alta, que es el principal feudo de la uva Garnacha Blanca. L’Avi Arrufí, de Vinos Piñol (mejor que el joven Nuestra Señora del Portal), El Quintá de Bàrbara Forés (mejor que el joven Bàrbara Forés), los blancos de Xavier Clúa o de la familia Vidal i Vidal y, sobre todo, el Ví de l’Alba, de la Cooperativa La Germandat, son los mejores ejemplos de blancos de Terra Alta elaborados con Garnacha Blanca, sola o en compañía de otras.