El país antillano, estado libre asociado a los Estados Unidos, es ejemplar para el vino español. En poco tiempo, los vinos españoles, que ya lideran el mercado de los vinos de alta gama, podrían situarse a la cabeza de las ventas en el importante mercado puertorriqueño, caracterizado por su amor a la calidad y a los vinos españoles.

Puerto Rico es un caso atípico en el mundo de vino americano. No es país productor (se han plantado algunas viñas en las zonas montañosas del interior de la isla pero no se percibe una gran esperanza de calidad) pero cuenta con una cultura vinícola muy arraigada y antigua. Al amparo de un nivel de vida y una estabilidad muy superiores a los del resto de la región, se han desarrollado unos hábitos de consumo de vinos muy refinados, que responden a la tradición y no a las modas surgidas en los últimos años a raíz de la difusión de las ventajas para la salud de un consumo moderado de vino. Su estructura de consumo tiene rasgos peculiares.

En Puerto Rico se elabora un bebedizo que en el país se denomina “lambrusco” y que ni siquiera tiene que ver con el popular vino italiano. Es un producto fabricado a partir de mostos concentrados, procedentes de Argentina o de donde resulte más barato, que se fermentan en ciertas “vinerías” locales y, tras mezclarlos en ocasiones con graneles de diversa procedencia, se venden a precio bajo. El “lambrusco” supone alrededor de un tercio del total de consumo vinícola puertorriqueño aunque no llega al 20 por ciento del valor de venta. En el extremo opuesto están los vinos de alta calidad, que tienen en el país caribeño un mercado muy favorable.

Entre ambos, una zona intermedia en la que se sitúa eso de la relación calidad-precio (que suele significar casi exclusivamente precio bajo), que es donde dominan los vinos norteamericanos (en especial las gamas populares de la gran factoría vinícola californiana de los hermanos Gallo, aunque ve peligrar su hegemonía por la competencia, entre otras, de Boone’s Farm, con precios aún más bajos), seguidos de lejos por los chilenos. Ese segmento intermedio podría ser un buen objetivo para algunos vinos españoles que parecen capaces de competir en precio. Ya han visto ese camino algunas empresas, como Torres o, sobre todo, Bodegas y Bebidas, cuyo tinto Campo Viejo es líder en ventas de tintos, con un 7,5 por ciento de la cuota de mercado, en pugna con el popular Monte Vecchio, elaborado en Puerto Rico, situado a tan solo una décima porcentual.

Esos vinos competitivos se encuentran con un panorama muy favorable en cuanto a conocimiento y presencia de los vinos españoles en Puerto Rico. El segmento alto del consumidor puertorriqueño es aficionado al vino de calidad español y, aunque tiene una formación bastante clásica, no está en absoluto cerrado a los vinos de nuevos estilo. Por otro lado, también hay una hostelería sensible al mundo del vino de calidad. Los restaurantes de elite cuentan con sumilleres bien preparados y que están al día de lo que ocurre en el mundo del vino en España, bien de forma directa, bien a través de los medios de comunicación, con secciones amplias y bien documentadas en los dos principales diarios del país, El Vocero y El Nuevo Día.

El mérito de una situación tan favorable es de la calidad de los vinos y del trabajo de los importadores. Parece que los importadores fueron los principales impulsores de la cultura del vino en Puerto Rico y su labor en este sentido, iniciada hace veinte años o más, se ha traducido en la favorable situación actual del mundo del vino en general y del vino español en particular. En la actualidad, los vinos españoles suponen el mayor volumen de negocio del grupo de importadores más importantes de Puerto Rico: 139.442 cajas en 2003, frente a las 117.233 de los vinos norteamericanos y 62.604 de los chilenos.

Esos datos, referidos a los importadores más activos, pueden ser el anticipo para que el vino español se sitúa a la cabeza del ranking de los más vendidos en Puerto Rico en términos absolutos. Sería el segundo país en el que España ocupara esa situación de privilegio junto con Suecia, si bien con una diferencia fundamental: en el convulsionado mundo del vino sueco (hay un escándalo de corrupción en el monopolio oficial, encargado de las importaciones en el país escandinavo), donde, por otra parte, se está perdiendo cuota de mercado, el precio medio de la botella de vino es muy inferior al de los vinos que se venden en Puerto Rico.

Salvo algunas acciones puntuales de apoyo de la oficina del Instituto Nacional de Comercio Excterior (ICEX) de Nueva York, el respaldo a esta labor por parte de las instituciones públicas españolas ha sido más bien magro. Bien diferente es, como era de esperar, la actitud de las bodegas, que, en general, miman un mercado que es tan favorable y que acoge sin pestañear los vinos de alta gama, incluso para conservarlos durante años antes de consumirlos, a la espera de que alcancen el momento idóneo.

Sería bueno que los organismos pertinentes (administraciones, consejos reguladores, asociaciones de productores) examinaran a fondo el caso puertorriqueño, su gestación y desarrollo, y buscaran la fórmula de reproducir el proceso en otros países emergentes en el mundo del consumo de vino. Es una inversión a largo plazo pero de rentabilidad indudable. Hay que cambiar los viejos esquemas y buscar ampliar mercados difundiendo la cultura del vino de calidad, en lugar de competir en los segmentos de consumo tradicionales a base de precios bajos que se suelen poner por delante de las calidades altas, incluso en los estamentos oficiales y sectoriales.

Fecha publicación:Junio de 2004
Medio: El Trasnocho del Proensa