Desde el mes de septiembre los rueda son también tintos y rosados. Casi por sorpresa y cuando ya estaba a punto de ser aprobada la D.O. Medina del Campo, los tintos y rosados que producen algunas de las bodegas de la D.O. Rueda se van a poder comercializar con la contraetiqueta que han prestigiado durante poco más de veinte años los vinos blancos, en particular los varietales de Verdejo.

No serán todos porque los más famosos, los Yllera de S.A.T. Los Currgs, nm se elaboran con uvas de Rueda. De hecho, toda la uva tinta de la comarca sería insuficiente para cubrir las necesidades de esa marca. Por otra parte, se dice que alguna otra bodega, entre ellas una de las que más luchó por la inclusión de esos tipos de vino, seguirán vendiendo sus tintos como vinos de la tierra de Castilla i León o como vino de mesa.

El eglpe de timón se produjo a raíz de las últimas dlecciones al Consejo Re’ulado` de la D.O. Rueda, celebradas hace ahora un año. Una de las candidaturas basó su campaña precisamente en el asunto de los tintos. Triunfó esa candidatura y en el primer pleno del nuevo Consejo Regulador se decidió modificar el Reglamento de la D.O. Rueda para admitir los vinos rosados y tintos. Simultáneamente, la Asociación de Vino de la Tierra de Medina del Campo, acordó disolverse e interrumpir un proceso que en cuestión de pocos meses iba a cumplir su objetivo de obtener una nueva denominación de origen.

La decisión se ha encontrado con la oposición de una serie de bodegas que no están representadas en el Consejo Regulador pero que tienen indudable peso en la comarca: Vinos Blancos de Castuilla (Marqués de Riscal), Álvarez y Díez (Mantel Blanco), S.A.T. Los Curros (Viña Cantosán), Vinos Sanz (Sanz) y Belondrade y Lurton son las más significadas. No consiguieron su objetivo pero van a recurrir algunos de los aspectos de una decisión que parece irrevocable.

En la oposición hay argumentos de tipo técnico y económico y otros de filosofía. En la nueva norma se permite elaborar, envejecer y embotellar vinos rosados y tintos de mesa en las bodegas que lo venían haciendo durante cinco años, que se podrían ampliar “si a juicio de la Dirección General de Industrias Agrarias no existe producción de uva suficiente en la D.O. Rueda para atender a las necesidades de producción de las bodegas autorizadas y exigencias de calidad en cuanto a vinos tintos y rosados se refiere”. De manera que todo el que plante variedades tintas en la zona tiene prácticamente asegurado su futuro a un plazo más o menos largo porque la ley obligará a Los Curros, por ejemplo, a comprarle la uva. O a construir una nueva bodega. Todo en función de la opinión del burócrata o político de turno.

Entre los argumentos económicos se habla de que los viticultores que cultivan uvas tintas esperan que con esta decisión suba el precio de la uva. Por toro lado, se dice que la promoción de los vinos tintos se va a pagar con las aportaciones de los productores de vinos blancos, que son mayoría en la zona en una proporción de más de veinte a uno.

Sin embargo, el argumento de más peso es de tinte digamos “filosófico”. Tiene que ver con la esencia misma del concepto de denominación de origen. Con la denominación de origen se intenta proteger de imitaciones a un vino u otro producto que por su calidad ha conseguido un amplio reconocimiento y un prestigio que ha hecho que su precio sea más alto. Lo cierto es que en la zona de Rueda los tintos y rosados con cuentan con ese prestigio, sino más bien al contrario. Son vinos que tienen fama de “pequeños” en comparación con las otras comarcas de la cuenca del Duero, como Toro o Ribera del Duero, e incluso frente a los nuevos tintos de Cigales.

Es un aspecto incuestionable, pero por ahí no hay ningún futuro. El concepto de denominación de origen ha sido repetidamente moldeado en España a gusto de diversos intereses casi desde que se comenzó a aplicar. En España de han dibujado denominaciones de origen en función de intereses políticos y hasta por presión de bodegas. Es el caso de Costers del Segre, nacida para arropar a Raimat, finca magnífica propiedad de Codorníu, que, por otro lado, tal vez mereciera la denominación de origen para ella sola más que muchas otras zonas que la tienen y no producen vinos ni de lejos de calidad similar. Más adelante, esa zona fue siendo ampliada para que entraran otras bodegas, como Castell del Remei o, más recientemente, las plantaciones que está realizando Miguel Torres en la antigua Conca de Tremp, convertida en subzona de Costers del Segre con el nombre de Pallars Jussá.

Era todo un anticipo y ejemplo para otras, como la nueva y no menos discutida D.O. Catalunya, que abarca cada viña de esa comunidad autónoma, o Conca de Barberá, que entró a presión aunque no cumplía un requisito básico: el volumen de vino que se comercializaba embotellado era muy escaso. Y hay muchos otros ejemplos, como las dos denominaciones del chacolí, a las que pronto se unirá el chacolí alavés y hasta se habla del navarro y muchas otras cuya calidad y prestigio son al menos dudosas. O las sucesivas ampliaciones de Rías Baixas.

En muchos casos se ha concedido la denominación de origen a vinos que no contaban con calidad, prestigio o tradición de embotellado. Todo lo contrario. Abundan casos en los que se creaba la denominación de origen con el loable propósito de que sirviera de incentivo a la calidad, aunque el precio fuera dinamitar el concepto mismo de denominación de origen. Así nacieron denominaciones de origen como Calatayud, Vinos de Madrid, Ribeira Sacra, Chacolí de Vizcaya (en Guetaria sí había algo más de fama), Bierzo, Mondéjar, Bullas y hasta el propio Somontano, entre otras. Luego unas lo aprovecharon y otras no, pero ese es otro tema.

Con la desaparición del Instituto Nacional de Denominaciones de Origen que sin ser la panacea ponía un poco de orden y cierta unidad de criterio, y el traspaso de sus funciones a las comunidades autónomas el proceso se ha acelerado. Así han nacido auténticos engendros, como Ribera del Guadiana, que acoge bajo su manto protector a casi todo el viñedo extremeño, incluidas comarcas tan alejadas del Guadiana como Montánchez y Cañamero. O el fenomenal pastel de las denominaciones de origen canarias, con toda una colección de zonas calificadas (cinco en la isla de Tenerife, que incluyen toda la isla excepto el parque de las Cañadas del Teide; El Hierro, Lanzarote, La Palma) coronadas por la guinda de las dos denominaciones de origen concedidas al muy escaso viñedo de la isla de Gran Canaria.

Con la desaparición del Instituto Nacional de Denominaciones de Origen que sin ser la panacea ponía un poco de orden y cierta unidad de criterio, y el traspaso de sus funciones a las comunidades autónomas el proceso se ha acelerado. Así han nacido auténticos engendros, como Ribera del Guadiana, que acoge bajo su manto protector a casi todo el viñedo extremeño, incluidas comarcas tan alejadas del Guadiana como Montánchez y Cañamero. O el fenomenal pastel de las denominaciones de origen canarias, con toda una colección de zonas calificadas (cinco en la isla de Tenerife, que incluyen toda la isla excepto el parque de las Cañadas del Teide; El Hierro, Lanzarote, La Palma) coronadas por la guinda de las dos denominaciones de origen concedidas al muy escaso viñedo de la isla de Gran Canaria.

Fecha publicación:Octubre de 2001
Medio: El Trasnocho del Proensa