El próximo 3 de julio tendrá lugar en Madrid la entrega de premios de la Cata Concurso Nacional de Vinos Jóvenes que organiza la Unión Española de Catadores. Tras diecisiete años consecutivos de comparecencia, ese acto protocolario se ha convertido en toda una fiesta del vino más fresco en pleno rigor del verano madrileño. Al margen de las sombras, y no pocas luces, que siempre se proyectan sobre los certámenes de calidad de vinos, ese concurso tiene una trascendencia que va más allá de la entrega de los famosos “bacos”. Es un acontecimiento que ha contribuido a cambiar la percepción ante el vino del año a un amplio sector de consumidores en un país donde el vino-vino es todavía el tinto envejecido en barrica y el resto son meros complementos.

En los años ochenta, en España, el vino del año pasó del granel a una cierta sensación de euforia casi de un salto. Las nuevas tecnologías que se introducían en las bodegas (acero inoxidable, control de temperaturas y, ¡ay!, las famosas levaduras seleccionadas) proporcionaban unas fragancias y frescuras frutales desconocidas hasta entonces. Una nueva dimensión enológica que se unió a la ventaja financiera que suponían unos vinos que se vendían pronto para unas bodegas inmersas en fuertes inversiones para la renovación de sus obsoletas instalaciones. Así nació el concepto del “vino-joven-fresco-afrutado”, que se citaba así, de corrido, y que aún colea, aunque se ha ido adornando de otros apellidos, desde el clásico de la maceración carbónica hasta los más modernos, al menos por estos lares, de la media crianza o la fermentación en barrica.

En estas dos décadas el concepto de vino joven ha ido cambiando y se ha ido matizando. La expresión aglutina dos significados que no tienen por qué ser sinónimos: vino del año, vino sin crianza. Un vino del año es el de la última cosecha, en este caso sería el de la cosecha 2002, y puede tener una cierta crianza en madera, como ocurre en el caso de los fermentados en barrica, que suelen permanecer un periodo más o menos largo en la barrica, generalmente en contacto con las lías de la fermentación, y los media crianza, tintos que salen al mercado tras un periodo de envejecimiento en madera insuficiente para ser calificados como crianza; son los vinos que salen con menciones como “barrica” o “roble” incorporadas a la marca al no ser expresiones reguladas.

Esos nuevos tipos de vino nacieron para combatir la monotonía de unos vinos jóvenes que aparecían como cortados por el mismo patrón por culpa de las elaboraciones tecnológicas y, sobre todo, del empleo de levaduras seleccionadas en la fermentación, que dan esas fragancias artificiales de plátano en los blancos y de caramelo de fresa en los rosados. Las bodegas más inquietas buscaban fórmulas para resistirse a esa tendencia a la uniformidad de los vinos por varias interesantes vías: la experimentación con nuevas técnicas enológicas, la adopción de variedades de uva de marcada personalidad y, una tendencia acentuada felizmente en los últimos años, la recuperación de las variedades de uva autóctonas de cada zona (los verdejos y albariños abrieron camino pero hay muchos más: las uvas gallegas, la otrora denostada Garnacha, la Bobal levantina y muchos más).

Hay que decir que el concurso de la UEC ha ido reflejando con agilidad esas nuevas tendencias creando hasta ocho categorías de vinos jóvenes que vienen a resumir la situación actual de los vinos más frescos: blancos de variedades aromáticas, con dos categorías, una de uvas autóctonas y otra de cepas extranjeras, blancos de variedades no aromáticas y elaborados en contacto con madera; rosados; rosados y tintos elaborados en contacto con madera; tintos de cualquier variedad y tintos elaborados con Tempranillo. Una gama amplia de posibilidades para un concurso que ha abierto caminos y que, de alguna manera, también ha contribuido a desplazar a otros tipos de vino y a crear unos hábitos de consumo que cierran algunas otras interesantes posibilidades. En el primer caso hay que situar la práctica desaparición de los clásicos “segundo año”, vinos sin crianza en madera que se comercializaban después de una permanencia de un año en depósitos o en botellero. Es verdad que en muchos casos era una “maduración” forzada seguramente por no haber vendido el vino en su “primer año” pero no es menos cierto que daban la posibilidad de acceder a vinos con protagonismo dela fruta pero sin las brusquedades que con frecuencia salen en los rabiosamente jóvenes en forma de taninos o acidez mal conjuntada.

El segundo problema es más serio. Se ha consolidado la impresión de que el vino frutal ha de ser del año y que con el paso de poco tiempo el vino pierde sus cualidades. Es un desplazamiento al extremo contrario de lo que se pensaba hace unos años. Si antes se creía que el vino siempre gana con el tiempo, ahora se piensa que esos vinos jóvenes han de ser consumidos al año siguiente de su cosecha. Ese estado de cosas ha hecho que la vida útil de una cosecha de vino joven quede reducida a poco más de un año; transcurrido ese tiempo se hace prácticamente imposible vender el vino. Algunos ha combatido ese problema comercial con el expeditivo procedimiento de retirar o disimular la información sobre la cosecha en las etiquetas de sus vinos, otros se ven obligados a vender como saldos los restos que puedan quedar de sus vinos jóvenes o, en casos extremos, a retirarlos del mercado.

Lo peor de todo es que se pierden muchas posibilidades interesantes derivadas de la buena evolución que muchos vinos tienen en la botella. Los mejores blancos jóvenes están mejor en su segundo año que nada más salir al mercado, cuando su evolución en el ambiente cerrado de la botella (reducción) ha aportado aromas y pulido el paso de boca, dando lugar a un vino más elegante aun a costa de perder algo de potencia de aromas. En los tintos los beneficios suelen ser todavía más evidentes, cuando el paso del tiempo lima asperezas tánicas de juventud o contribuye a integrar las sensaciones de madera de los que se venden tras una cierta crianza que se suele realizar en barricas nuevas, más agresivas con el vino.

Las propias bodegas han contribuido a crearse esas dificultades, no sólo para sus vinos jóvenes sino en general para toda su gama de vinos. Aquí parece que hay que vender cada cosecha (de joven, de crianza o de reserva) en un año o poco más y no se pone en la calle una nueva añada hasta que ha salido de la bodega hasta la última botella de la cosecha anterior. Así, es el mercado y su capacidad para consumir una cosecha el que regula la fecha de salida de un vino, adelantándola o atrasándola en función de la coyuntura, sin que intervenga en ello lo que podríamos calificar como las necesidades del vino.

Esa es una situación típicamente española, ya que en otros países conviven sin problemas varias cosechas de una marca, tanto en las estanterías de los comercios, como en las cartas de los restaurantes y en los catálogos de las propias bodegas. Además, los precios se cambian en función de la calidad de la cosecha y no de la antigüedad del vino: se puede dar el caso de que el vino más joven sea más caro que el más antiguo. De esa forma se regula la comercialización de los vinos, se facilita el acceso de más consumidores a una marca, aunque sea por la vía de probar una cosecha menos brillante por se r más barata, y se evitan situaciones como la que todavía vivimos con la cosecha ’97, denostada casi por todo el mundo y que se atascó en las bodegas y distribuidores cuando todo el mundo prefería esperar a que saliera el ’98. Así se consiguió atascar también las cosechas posteriores y resucitar el viejo fantasma de vinos de una cosecha que “suenan” sospechosamente similares a los de la cosecha de al lado, para bien o para mal. No parece que hay muchas esperanzas de solución: Artadi intentó racionalizar ese aspecto de la comercialización bajando el precio de sus Pagos Viejos ’97, un tinto muy elegante pero de vida más corta de lo habitual en la marca; sólo consiguieron incrementar los beneficios de los pasos intermedios de la comercialización ya que el precio final de venta al público no notó la bajada.

Fecha publicación:Julio de 2003
Medio: El Trasnocho del Proensa