Aunque a la mayor parte de sus viticultores y elaboradores les espante la palabra, en veinte años la Ribera del Duero ha vivido una auténtica revolución. A principios de los ochenta, ayer mismo, algunas guías internacionales apenas la citaban como productora de graneles. El vino, vendido como refuerzo de otros más débiles, no era especialmente rentable. Las viñas se abandonaban y apenas una docena de bodegas mantenían vivo el germen del prestigio actual.

Hoy la situación es radicalmente diferente. Los cambios se perciben a simple vista. Muchas marcas de vinos de calidad refuerzan cada día el prestigio de una zona que en dos décadas se ha convertido en un punto de referencia del vino europeo. Nuevas bodegas surgen al mismo ritmo que se plantan viñas y, veinte años después, superan el centenar.

Al mismo tiempo, los vinos experimentan cambios acordes con la evolución de unas modas de consumo que ellos mismos han contribuido decisivamente a establecer. La energía tradicional de los tintos ribereños vino a poner el contrapunto preciso a los adocenados vinos comerciales que imperaban hace veinte años. Después, las bodegas más despiertas han apostado por vinos más civilizados. Se ha ido limando cierta rusticidad de los primeros tiempos y, sin perder la casta que los ha hecho célebres, profundizan en la complejidad y la clase en aromas y en la redondez y plenitud en la boca. El reto actual es consolidar como seña de identidad la difícil conjunción de fuerza y elegancia que caracteriza a los mejores.

Fecha publicación:Marzo de 2002
Medio: Señorío de Nava