Hace tal vez diez mil años que el hombre domesticó la planta de la vid para poder disfrutar con regularidad de sus frutos y de sus jubilosos derivados. En este tiempo ha realizado una compleja labor de adecuación y selección y ha desarrollado toda una ciencia en torno a la vitis vinífera.


En todo ese entramado, que incluye podas, tratamientos al suelo y a la planta y un trabajo constante hasta la vendimia y aun después, la primera evidencia es la formación de la viña. Formas altas o rastreras, apoyadas en estructuras o en cables, densidad de plantación, distancia entre las plantas y las formas que dibujan tienen una razón de ser y una gran importancia para obtener un fruto en la línea deseada, sea la producción, sea la concentración y calidad.

Tal vez el sistema de conducción más antiguo sea lo que aún pervive en el norte de Portugal con el nombre de enforcado, literalmente ahorcado, con las plantas de vid trepando sobre los árboles. Es la más natural porque es la utilizada por las vides en su estado salvaje y probablemente llega desde los albores de la viticultura, aunque se suele atribuir a los romanos.

La siguiente forma de cultivo sería la plantación que ocupa una parcela sin orden definido. Aún se puede ver en las viñas irregulares que ocupan laderas empinadas, como los costers del Priorato. Cuando se comenzó a mecanizar la viña con los cultivadores más primitivos, los arados tirados por animales, las vides se ordenaron en disposición casi militar para permitir un avance menos incómodo del arado.

Hay varios tipos de disposiciones alienadas de las viñas. La más extendida es la llamada marco real, en la que las plantas están perfectamente alienadas tanto a lo largo como a lo ancho, de manera que cada cuatro plantas forman un cuadrado. En esta formación el arado puede tomar cuatro direcciones: dos a lo largo y ancho de las viña y otras dos en dirección diagonal.

También muy frecuente es la formación en tresbolillo, con una calle a lo largo o a lo ancho pero con las plantas de la calle vecina situadas a la altura del espacio situado entre plantas en la primera, de manera que se forman triángulos equiláteros en el espacio entre tres plantas. Permite un trayecto del arado longitudinal y dos diagonales, pero no el transversal.

El resto son variaciones sobre estas dos principales y su decisión depende del entorno. Hay viñas plantadas siguiendo las líneas de nivel, que tiene como objetivo defender al suelo de la erosión; eso mismo vale para las viñas situadas en pendiente, en las que se busca retener el agua pero al mismo tiempo hay que facilitar su evacuación en caso de lluvias torrenciales. Esas laderas se planta directamente (los costers mencionados) o se esculpen en forma de terrazas (espectaculares en Priorato o Ribeira Sacra).

Todas incorporan la variable de la densidad de plantación, es decir, la distancia que se deja entre las cepas. Viene dada tradicionalmente por la disponibilidad de sustento para las vides; en las zonas más secas y pobres aparecen más separadas mientras que en las más húmedas o con terrenos más fértiles hay más alimento para repartir entre mayor número de individuos.

El último capítulo básico es la formación de las plantas, que también suele tener que ver con el clima y con la posibilidad de mecanizar las labores. La forma baja tradicional es el vaso: la vid se cultiva sin apoyo y se poda de forma que varios troncos principales formen un círculo sobre el que se desarrollarán las hojas.

En el emparrado la planta crece en vertical, apoyadas en tutores, y desarrolla un tejado de sarmientos y hojas del que cuelgan los racimos. Facilita la sanidad del fruto y también es frecuente en cultivos asociados, con las vides alrededor de parcelas dedicadas a otros cultivos.

Finalmente, la espaldera está constituida por plantas en formación lineal, con anchas calles en un único sentido por las que circularán las máquinas. Los sarmientos se apoyan en alambres para formar muros que permiten la exposición de las hojas a la luz solar.

Publicado en junio de 2016

en el monográfico de PlanetAVino

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