En noviembre se cumplen doscientos años de la fundación del Museo del Prado. En la mejor pinacoteca del mundo no faltan obras con el vino como protagonista. Unas son mundialmente famosas, otras transitan bajo el brillo de sus hermanas mayores. Todas juntas forman por sí mismas toda una ruta dentro del museo madrileño.

Texto: Ignacio de Miguel



El 19 de noviembre de 1819 se inauguró en Madrid el Museo Real de Pinturas en el edificio que Villanueva había diseñado como Museo de Ciencias Naturales. El proyecto original de creación del museo es de José Bonaparte en 1809, pero fue Fernando VII con el imprescindible empuje de su mujer Isabel de Braganza quien lo puso en marcha, aunque lo inauguró su tercera mujer María José Amalia de Sajonia. Los reyes aportaron los 311 cuadros de su colección, además de poner el dinero para la remodelación y adaptación del destartalado edificio y establecer una asignación mensual para su mantenimiento. En solo ocho años el museo ya tenía cuatro mil cuadros, y siguió creciendo hasta los aproximadamente veinticinco mil actuales.

Es difícil decir si es el mejor museo del mundo de su categoría, pero es seguro la colección con mayor personalidad y sensibilidad artística. Para Antonio Saura “El Prado es, si no el más extenso, sí el más intenso de entre todos los museos del mundo”. Tal vez parezca pretencioso unir nuestro querido mundo del vino con el magnífico arte de la pintura. No soy de los que piensa que hacer vino es un arte, pero si me voy a atrever a proponer un inicio común.

Ambos mundos, pintura y vino, están unidos al hombre desde tiempo inmemorial. Si contamos como cuadros las pinturas rupestres, se van a 40.000 años, sin duda muy anterior a los primeros indicios de vino que son de hace unos siete mil. José Ortega y Gasset en el famoso prólogo que escribió para el libro Veinte años de caza mayor del conde de Yebes, defiende que la caza es la primera acción del hombre que le distingue de los animales, ya que, si bien comenzó cazando para comer, pronto domesticó animales para su mantenimiento. Pero siguió cazando como un acto de diversión, como deporte. Pues sin pretender ponerme a la altura del filósofo, me atrevo a proponer la teoría de que son la pintura y el vino lo que realmente diferencia al hombre del resto de los animales. El hombre pinta por el placer de admirar algo bello y dejar huella, y bebe vino sin sed, en un claro rasgo evolutivo.

Centrado el asunto en los cuadros de vino en el Museo del Prado, se encuentran cuatro temas fundamentales: el bodegón, la fiesta y Baco, la religión, y paisajes y escenas de vino. No obstante, son muchos otros en los que aparecen en segundos planos, imágenes de uvas, hojas de parra, viñas, copas y frascas.

El bodegón

Entre los primeros, hay que destacar los bodegones de Clara Peeters (1590-1621), una de las pocas mujeres pintoras que trabajaron en Europa a lo largo de la Edad Moderna y pionera en la pintura de bodegones. En 2016 el Museum Rockoxhuis de Amberes y el Museo del Prado organizaron una exposición, donde se pudieron ver cuadros como Bodegón con frutas y flores, Bodegón con cesto de fruta, Aves muertas y mono o Bodegón y Mesa, estos últimos pertenecientes a la colección del Prado, con racimos de uvas.

Hay otros bodegones con uvas contemporáneos a Peeters como Bodegón con dulces y recipiente de cristal, de Juan Van Der Hamen; Ceres y Pan, de Rubens; Cesta de uvas,de un discípulo de Joris Van Son; Bodegón con francolín, uvas y lirios, de Felipe Ramírez; Bodegón, de Asias Beert; Bodegón con uvas, de Tomas Hiepes, y dos cuadros con uvas colgando de Juan Fernández El labrador. Y ya del XVIII Bodegón con bandeja de uvas y Frutero: uvas, peras, melocotones y ciruelas, ambos de Luis Meléndez.

Saliendo del bodegón, y “cogiendo el rábano por las hojas” podemos catalogar como cuadro de vino el de Juan Carreño (XVII), Eugenia Martínez Vallejo desnuda, ya que la joven modelo cubre las partes púdicas de su cuerpo con un racimo y una hoja de vid. Pero hay otro motivo para incluir este cuadro en la lista. Aunque hoy en el catálogo oficial se conoce con este nombre, en otros tiempos se tituló Baco o la monstrua desnuda. Eugenia Martínez Vallejo entró en la corte de Carlos II, precisamente atraída por su obesidad mórbida, igual que fue atraída por enanos, mujeres barbudas o retrasados mentales. El pintor utilizo la ambigüedad de las representaciones del barroco, pintándola como al dios romano, con su corona de uvas y pámpanos, racimo en mano y hoja de vid.

La fiesta y Baco

Los de fiesta suelen ser grandes cuadros, donde los efectos etílicos del consumo de vino son muchos y obvios. Sabemos que el consumo de alcohol hace sentir bien. Favorece la liberación de serotonina, dopamina y endorfinas en el cerebro, sustancias que reducen la ansiedad y producen sensaciones de felicidad.

Aunque El Triunfo de BacooLos Borrachos, de Velázquez, se lleva la fama por su segundo nombre, hay unos cuantos cuadros mucho más explícitos sobre los efectos del consumo excesivo de vino, ya que este en verdad se trata de un cuadro mitológico, el primero de la época de madurez de Velázquez. Es una referencia al mundo clásico pero elaborado con el naturalismo del pintor. La escena principal la domina Baco con sus acólitos y un discípulo coronado por el dios, aunque la sonrisa bonachona del personaje del centro roba su atención.

En Sileno ebrio, de Cesare Francazano (XVII), se ve a un Sileno (compañero de Baco) desnudo, gordo, grotesco y borracho, con un sátiro llenándole la copa y otro de espaldas al que sonríe. Francazano colaboro con Ribera en torno a 1630; de él tomó esta escena que ya había pintado en 1624. Otro que gana en borrachera es El Rey bebe, de David Teniers (XVII); representa una escena durante la fiesta de la Epifanía, en la que la tradición del folclore flamenco dice que la persona que encuentre un haba en el pastel gana y el resto de los comensales gritan “el rey bebe”. En este cuadro no solo es el ganador el que bebe, a juzgar por las caras y gestos de quienes le acompañan.

Un gran cuadro de este tema es El vino en la fiesta de San Martín, de Pieter Brugel (suegro de Teniers), aunque bien podría llamarse “el primer botellón”. El cuadro fue comprado en 2010 y es considerado como una de las adquisiciones más importantes de la historia del Museo del Prado. Representa la apertura de un gran bidón de vino, justo recién terminada la vendimia y fermentación, coincidiendo con la fecha de matanza, en la festividad de San Martín, el 11 de noviembre. Más de cien figuras de toda condición, hombres jóvenes y viejos, mujeres, niños, campesinos, bandidos y ladrones, luchan por encaramarse al andamio de madera que rodea el bidón para conseguir su parte del botín. Algunos ya lo han conseguido y duermen la mona en el suelo, donde se ve a una mujer dando vino a su bebé.

Tal vez el cuadro que representa lo peor de las consecuencias del abuso del vino sea El triunfo de Baco, de Leonardo Alenza, pintado en 1844. Está inspirado en el homónimo de Velázquez que conoció en el museo del Prado. La escena representa una taberna sucia y desordenada donde uno de los personajes corona a otro como su dios con un embudo de latón, mientras otros dos le adoran. El resto de los personajes, hasta siete, beben, orinan y vomitan.

Bacanales

Hay más cuadros dedicados directamente al dios Baco en que sus escenas no son tanto de fiesta y embriaguez, sino de homenaje al vino y a su dios. La Bacanal de los Andrinos, de Tiziano (XVI), junto con Ofrenda a Venus y Baco y Ariadna, forma la trilogía de temas mitológicas del pintor. La escena transcurre en la isla de Andros, tan favorecida por Baco que el vino manaba de un arroyo, y donde dioses, hombres y niños se unen en la celebración bajo los efectos del vino, cuyo consumo, según Filostrato “hace a los hombres ricos, dominantes en la asamblea, dadivosos con los amigos, guapos y de cuatro codos de altura”. No estamos seguros de que los efectos que atribuye el filósofo griego Lucio Favio Filóstrato hayan llegado hasta nuestros días.

Sacrificio a Baco, de Massimo Stanzione (XVII), representa la celebración ritual de un grupo de mujeres y niños con ofrendas de frutos y flores y el sacrificio de algún animal. Nicolás Poussin, considerado el fundador de la escuela clásica francesa del siglo XVII, nos muestra dos escenas diferentes sobre el tema de Baco; en Escena Báquica aparecen solo tres personajes, un fauno caprípedo es dado de beber mientras una bacante (adoradora de Baco) lo observa; en Bacanal, un numeroso grupo de bacantes y sátiros acompaña a Baco y Ariadna en su encuentro en la isla de Naxos.

La Bacanal de Michel-Ange Houasse (XVIII) es una perfecta representación de la fiesta al dios del vino: hombres, mujeres y niños, con túnicas o semidesnudos, beben, bailan y tocan instrumentos musicales, en torno a un busto de Baco. En Ofrenda a Baco el mismo Houasse parece pintar el momento siguiente de la anterior bacanal. Permanecen un busto de Baco y un sacerdote ofreciendo el sacrificio a su dios, pero el resto de los asistentes ya han caído bajo los efectos del vino y aparecen tirados por el suelo.

En El otoño Salvador Maella (XVIII) representa un dios Baco con todos los elementos: sátiro con odre, tonel y copa de vino, y al fondo, unos hombres transportan en brazos a Sileno ebrio.

La religión cristiana

Como se indicaba al principio de este artículo, el vino siempre ha estado unido al hombre, pero es más destacable la unión entre el vino y la religión, ya que si antes se ha visto lo que el vino aporta en la diversión y la fiesta, es más difícil entender su unión con la mitología griega y romana. Y más aún cuando en la religión cristiana se representa como la sangre de Cristo y se coloca como el símbolo cumbre junto con el pan, que simboliza su cuerpo.

La biblia está llena de alusiones al vino desde los antiguos testamentos. Ya en el Génesis se cuenta cómo Noé hizo vino y en las bodas de Caná Jesús realiza su primer milagro con vino. En el Eclesiastés se puede leer “¿Qué es la vida a quien le falta el vino, que ha sido creado para contento de los hombre?”.

Sabemos que la viña y el vino eran elementos principales en Israel, pero no deja de sorprender sabiendo que hasta los descubrimientos de Pasteur en relación con la conservación del vino, este debía ser malísimo unos meses después de su fermentación, ya que no había ninguna manera de parar la oxidación y acetificación. La utilización de agua, resinas, canela y todo tipo de hierbas, no servían más que para ocultar lo malo del vino en su evolución.

El religioso es otro capítulo importante en los cuadros de tema vinícola en el Museo del Prado. Hay varios cuadros que representan la última cena o escenas de la eucaristía, donde el vino tiene un lugar destacado. Cabe destacar en este capítulo dos cuadros de La última cena, uno de Agostino Carraceli y otro de Juan de Juanes, ambos del XVI. En el primero, una frasca de cristal y unos vasos con lo que parece vino blanco toman protagonismo en el primer plano, mientras que en el segundo el recipiente, idéntico a los actuales clásicos decantadores, contiene vino tinto de poco color, posiblemente rebajado con agua. Otro cuadro con protagonismo de vino es una de las tablas del cuadro El Salvador con la eucaristía entre Melguisedec y Aaron, también de Juanes.

Paisajes y escenas de vino

Es el último tema de vino en los cuadros del Prado. El primero de ellos es Paisaje con una vid, de Tomas Hiepes. Este pintor del XVII destaca por su versatilidad temática y la variedad de soluciones pictóricas, en este caso explotando el recurrente tema de bodegón con uvas, pero colocándas en una vid en el campo. La maestría artística aquí choca con un examen básico de viticultura, donde se aprecia una carga excesiva de fruta para el poco desarrollo vegetativo, unos granos negros en sazón, con otros blancos que indican inmadurez o un suelo pobre y ausente de vegetación junto a unas piedras, que más bien reflejan un escenario creado por el pintor que un campo de viñedo.

En La Vendimiao El Otoño, de Goya, cartón pintado para un tapiz, también vemos cómo la estética del cuadro prevalece sobre lo que sería una verdadera vendimia. Unos elegantísimos personajes, en primer plano, se entretienen con unos cestos de uvas enormes, sin duda de mesa por el tamaño del grano, mientras que al fondo unos verdaderos vendimiadores agachan el lomo y los miran como diciendo ”aquí os querría ver yo”. El paisaje del fondo sí que representa fielmente la luz y los montes de la sierra de Ávila, entre la Sierra del Guadarrama y Gredos.

Otro cartón para tapiz es La Merienda, donde Goya sitúa a unos majos a las afueras de Madrid, junto al Manzanares, merendando, fumando y bebiendo. La importancia del vino aquí está en la cantidad, ya que vemos tres botellas de vino para cinco personas. El tercer cartón para tapiz con nuestro tema es El bebedor; un joven bebe de la bota, otro muchacho le observa, mientras tres personajes al fondo miran de reojo. Los estudiosos ven en el cuadro una alegoría de El Lazarillo de Tormes, donde el protagonista bebe sin ofrecer y tiene un bastón, que podría representar al ciego, y su acompañante, el lazarillo, come resignado pan y un nabo.

Terminamos la lista de cuadros de vino con dos series, no tanto porque representen objetos relacionados, sino por lo que simbolizan y su relación con el vino: los sentidos y los pecados capitales. Jan Brueghel de Velours, hijo de Pieter Brueghel el Viejo, pintó en torno a 1618 cinco cuadros representando Los cinco sentidos. Solo en el gusto aparece un sátiro sirviendo una copa de vino desde un cántaro, pero nadie duda que para una completa y placentera degustación de vino, sea imprescindible entregarse con los cinco sentidos.

La otra serie es La mesa de los pecados capitales, de El Bosco (XV), donde en el cuadro de la gula se ve a un hombre bebiendo a morro de una frasca, suponemos que de vino, mientras el otro la mantiene en la mano mientras come. La gula, junto con las escenas de borrachos, no es precisamente lo que más nos gusta como representación de nuestro querido mundo del vino, pero este pequeño trabajo es solo un relato de cómo la historia de la pintura nos ve. Para defender la parte más culta del consumo de vino, ya está el resto de esta revista.

Nota del autor. El Museo del Prado cuenta con una colección aproximada de 27.000 cuadros, de los que hoy se exponen solo 1.150. Durante los meses empleados de documentación de este artículo, han sido varios los cambios que hemos visto, bien para exposiciones temporales o por adquisición de nuevas obras, por lo que es posible, que alguno de los cuadros aquí descritos no se encuentren expuestos en el momento de su próxima visita.

Publicado en PlanetAVino nº 86, agosto de 2019