Fecha publicación:Febrero de 2003
Medio: Vinos y Restaurantes

Las etiquetas del vino nacieron como una especie de precinto de garantía y se han convertido poco menos que en objetos de arte y motivos de coleccionismo. Arte en algunos diseños y diseños que emplean el arte para ilustrar y hacer más atractiva la cara del vino. A través de las etiquetas se puede montar toda una pinacoteca del vino.

La creación de las etiquetas de vino aparece ligada, lógicamente, a la comercialización del vino en la botella. Sus antecedentes históricos están en las tablillas de madera o de piedra blanda con las que se identificaban algunos de los recipientes de vino en el Egipto de los faraones (a través de las cuales, por cierto, se sabe que había tres “denominaciones de origen” vinícolas en el valle del Nilo) o algunos pergaminos y tablillas de la etapa romana. Cuando el vino se comercializaba en envases de madera el papel de la etiqueta lo cumplía el grabado a fuego de los datos de la bodega elaboradora o del comerciante de vinos.

El inicio del etiquetado de vinos es reivindicado por las bodegas de Chamapagne, elaboradoras del primer vino que por su propia naturaleza se tenía que vender embotellado. El bordelés Château d’Yquem se postula como pionero en este terreno y aporta el testimonio de su etiqueta de la cosecha de 1734. Esa costumbre de “marcar” los vinos se comenzaría a desarrollar a mediados del siglo XVIII, con la aparición de las primeras marcas chamapñesas, y recibiría un impulso importante un siglo más tarde, con vinos de Burdeos y Borgoña etiquetados por los negociantes. A finales del XIX el etiquetado de los vinos de calidad se imponía en toda Francia y en el resto de los países productores. Era el momento en el que la venta del vino embotellado se impuso en las gamas altas de calidad a la comercialización en barricas y botas.

Las primeras etiquetas incluían la mención escueta del negociante, la zona de origen y la cosecha y cumplían un papel en una primera fase informativo y después similar al de un precinto de garantía. Duraría poco por la obvia facilidad para rellenar una botella de una etiqueta concreta, siendo sustituido en ese terreno por precintos, lacres y cápsulas de plomo. La etiqueta permaneció ya con otro papel, con el de ser la “cara” del vino, la primera impresión que recibe el que va a comprar la botella. Un papel tan importante que, en la muchos casos, es decisivo a la hora de decidir la compra de una u otra marca.

Teniendo en cuenta ese papel, se comenzaron a hacer las etiquetas paulatinamente más complejas y tuvieron que someterse a normativas en cuanto a la información facilitada y las indicaciones permitidas o proscritas. Todo el complejo y minucioso orden actual de indicaciones incluidas en las etiquetas fue puesto en marcha en 1935, cuando Francia instauró su sistema de denominaciones de origen.

Aun con las limitaciones e imposiciones legales, las casas fueron adornando las etiquetas de sus vinos, incluyendo grabados y dibujos relativos al viñedo, a la crianza o a la finca o bodega de origen de los vinos. Fue así como el arte comenzó a entrar en las etiquetas, primero con el propio diseño de los mensajes, luego por la incorporación de ilustraciones. Finalmente, algunos pintores famosos donarían obras a los elaboradores de sus vinos favoritos (o las trocarían por algunas cajas de vino, que el arte no siempre se pagó con dinero). El paso para incluir esos cuadros en las etiquetas era lógico.

Tal vez el “museo” más famoso lo constituya la colección de Château Mouton-Rothchild, ilustrada cada cosecha con una pintura de un artista de primera línea desde que en 1945 el barón Philippe de Rothschild comenzó a pedir a pintores de vanguardia cuadros para ese vino. La colección ha incluido algunas firmas españolas, como Dalí, en la cosecha ’58, Picasso, que ilustró con su célebre Bacchanale el vino del ’73, y Tàpies, en la cosecha ’95. Algunas otras marcas francesas han seguido el ejemplo, como el también bordelés Château Siran (Margaux), que inició su colección en 1980.

En España e puso siempre el acento más en la construcción de las bodegas, con obras notables desde el modernismo catalán (la bodega de Codorníu, monumento nacional obra de Puig i Cadafalch es un claro ejemplo y hay muchas más) hasta la última vanguardia. No hay que interpretar eso como una generalizada falta de sensibilidad artística. Algunos de los propietarios de bodegas son consumidores más o menos ocasionales de arte y no faltan las firmas que adornan sus muros con obras de mérito, caso de la riojana Murúa, que es casi como un museo, aunque ninguno de los cuadros llegan a las por otro lado bastante sencillas etiquetas de sus vinos..

En las etiquetas, apenas alguna inclusión pictórica más bien ocasional y con el parece que inevitable recurso de Los borrachos, de Velázquez. Priman la tipografía más o menos complicada (van retrocediendo las viejas letras góticas y los pergaminos); las orlas, con abundancia de dorados, y los escudos nobiliarios, reales o inventados para la ocasión. En lo que se refiere a iconos, se impone el grabado y escasea la fotografía, sea por la sencillez de la reproducción, sea porque el grabado permite poner viñedos donde no los hay.

Tal vez la casa que más se ha significado en ese sentido sea Enate, que ha convertido su gama de vinos en una galería del mejor arte moderno. Contempla las dos posibilidades: una obra ilustra todas las cosechas de cada uno de sus vinos, con la excepción del Reserva Especial, que cada año reproduce un cuadro diferente en su etiqueta. Además, la familia Nozaleda, propietaria de la bodega, cuenta con una importante colección que daría para ilustrar varias gamas de vinos y la propia bodega se ha convertido en sala de exposiciones, no sólo de los fondos propios sino también de otros: en diciembre y enero estrenó esa nueva actividad con una exposición de obras de José Beulas.

Convertirse en sala de exposiciones es una de las nuevas modas en la relación de las bodegas con el arte. El ejemplo de Enate no es único; tiene el antecedente de Finca Valpiedra que en el pasado otoño inuguró su exposición Las cuatro estaciones en Finca Valpiedra, una importante colección formada por obras de 20 artistas contemporáneos. Por su parte, la cigaleña Bodegas Emeterio Fernández inauguró el pasado 28 de diciembre la exposición Botellas de Artistas, una exposición de pintura y de botellas con etiquetas diseñadas por una docena de artistas. Botellas de Artistas puede ser visitada hasta el día 1 de marzo en las instalaciones de la bodega.

En la actualidad se pueden ver bastantes cuadros ilustrando las etiquetas de los vinos españoles, aunque la motivación es muy diferente en cada una de ellas. Algunos cuadros sirvieron de inspiración a los vinos, otros fueron elegidos por sus méritos artísticos para ilustrar la etiqueta de vinos estelares de una bodega y otros sirvieron de simple ilustración en un diseño en el que el cuadro tiene la misma importancia que una determinada tipografía o un escudo heráldico.

Una de las más estrechamente ligadas al arte es la aragonesa Bodegas Solar de Urbezo, que lleva el nombre del pintor Antonio Urbezo, primo carnal de la madre del propietario, Santiago Gracia. Las etiquetas de esa bodega de Cariñena está ilustradas con cuadros, pero, curiosamente, no son del pintor Urbezo sino de otros artistas.

Hay también casos curiosos, como la galería de retratos de los vinos de Bodegas Faustino. Fueron elegidos por la agencia de publicidad que diseñó las etiquetas en los años sesenta y tienen tan poco que ver con el vino o con los gustos artísticos de la familia propietaria de la bodega que muchos ignoran incluso el origen y los protagonistas de los retratos. Corresponden al músico Juan Sebastián Bach (Faustino V) y al pintor Rembrandt (Faustino I y la gama de cavas). El diseño triunfó y hoy es la imagen indisoluble de esa gama de vinos, a pesar de que, si se cambiaran los retratos de ambos vinos, tal vez nadie lo notaría. La familia no osa cambiar esa imagen y en sus nuevos vinos tiene cierta continuidad, aunque en el caso de las dos apariciones más recientes, Faustino de Crianza y Faustino de Autor, se han incluido sendas fotografías del fundador de la dinastía vinícola de Oyón.

Además de las citadas, hay otras colecciones en las que las bodegas buscan al mismo tiempo destacar sus vinos estelares y rendir un homenaje a artistas de renombre o sin nombre alguno. Vega-Sicilia reproduce cuadros en las etiquetas de sus botellas magnum, Bodegas Fariña en su Vino Primero, Albet i Noya en su gama Col•lecció. Otros optan por la serigrafía, como Bodegas Palacio en su juvenil Milflores, que cambia cada año, o Vitivinícola del Ribeiro en su vino más elitista, Amadeus, serigrafiado con la reproducción de obras de artistas gallegos, con especial predilección por el veterano Laseiro. Otra firma gallega, Adegas das Eiras, saca el arte al embalaje de un surtido de lujo, en el que se ha rendido tributo a Picasso y Formassetti. Otros apuestan por artistas noveles y en eso destaca Jospe María Albet i Noya que incluye en su primer vino de mezcla de variedades la obra prima de su hijo Martí, cuando tenía sólo tres años.

Enate ha convertido a su gama de vinos en una galería de arte. Algunos de los más importantes artistas contemporáneos ven reproducida su obra en las botellas de esa firma del Somontano: Antonio Saura (Chardonnay), Vicente Badenes (Gewürztraminer), Pepe Cerdá (Chardonnay 2-3-4), Víctor Mira (rosado y tinto crianza), Enrique Torrijos (Cabernet Sauvignon-Merlot), José Manuel Broto (tinto reserva) y Frederic Amat (Merlot-Merlot) ilustran las diferentes marcas. En el Enate Reserva Especial la obra cambia con cada añada: por el momento han firmado etiquetas Eduardo Chillida (cosecha ’94), Antonio Saura (’95), Salvador Victoria (’96) y Antoni Tàpies (’98).

Santiago Gracia, propietario de Bodegas Solar de Urbezo, en Cariñena, p8uso a su bodega el nombre del pintor Antonio Urbezo, primo carnal de su madre. Sin embargo, en sus etiquetas se reproducen pinturas de Bengoa y Gusó i Jané.

Las bodegas jerezanas han optado casi siempre por la tipografía, pero no faltan pinturas en algunos de sus vinos. La más conocida es La Gitana, de la que no se sabe el nombre de la modelo pero sí del pintor, Joaquín Turina, padre del famoso músico, que pintó el cuadro a principios del siglo XX. Tampoco se conoce el nombre de la modelo y del autor de La Cigarrera, una marca que ha tomado cuerpo en los últimos años aunque tiene casi medio siglo. Curiosamente, otra mujer famosa en el mundo de la manzanilla, La Goya, apodo artístico de la bailaora Aurorita Jauffré, no está rerpoducida en la etiqueta de la manzanilla a la que da nombre.

Adegas Galegas muestra su sensibilidad a impulsos un tanto inconexos, desde reminiscencias clásicas y étincas en las etiquetas hasta homenajes a artistas consagrados, como Picasso y Formassetti, que no aparecen en las etiquetas sino en envases especiales.

El desenfado de un tinto joven admite la apuesta por artistas poco o nada conocidos. El golpe de color y la frescura se imponen al academicismo en las etiquetas y en el contenido del tinto Vino Primero, de Bodegas Fariña (Toro).

Josep María Albet muestra en su gama de vinos Col•lecció una apuesta por artistas jóvenes y poco concocidos, amigos del bodeguero. Sin embargo, su mayor apuesta se encuentra en Albet i Noya Reserva Martí, primer vino de coupage del autor, ilustrado con la primera oba de su hijo Martí, dos manos pintadas cuando contaba con tres años de edad.

Una agencia de publicidad diseñó en los años sesenta las etiquetas de Bodegas Faustino tomando unos retratos de Rembrandt y Bach que nada tienen que ver con la bodega. Hoy esa imagen está estrechamente ligada con la bodega, aunque en sus nuevos vinos han recurrido a un icono “doméstico”: el retrato de su fundador.

La mítica Bodegas Vega Sicilia ha iniciado su propia pinacoteca vinícola al icluir la reproducción de cuadros en el tamaño magnum de su Vega-Sicilia ¨Unico”. Benjamín Palencia, Francisco Bores y Eugène Boudin han sido algunos de los artistas elegidos para ello.

Cuadros de todos los estilos en las botellas de los vinos, desde el clasicismo del cuadro Fundación de Castilla, de Vela Zanetti, que ilustra las etiquetas de los tintos de Valduero, hasta la vanguardia del mallorquín Barceló, que cedió su diablillo para una tirada especial del tinto mallorquín ÁN.

En el tinto Milflores la botella y la etiqeuta se funden gracias a una serigrafía que se cambia cada cosecha, con diseño atrevido para un tinto alegre y atrevido, unidos el continente y el contenido en un conjunto armónico.