Entre el 28 de febrero y el 2 de marzo se ha celebrado en Madrid el concurso internacional de calidad de vinos Bacchus 2004. Organizado por la Unión Española de Catadores con todas las garantías de imparcialidad, han competido 1.430 vinos de 17 países, lo que le convierte en uno de los más importantes concursos de vinos de los que se celebran en el mundo. La consolidación del concurso español, que cumplía su sexta edición, mueve a la reflexión sobre la naturaleza y consecuencias de ese tipo de certámenes.

Los concursos estimulan la calidad de los vinos y orientan al consumidor en su decisión de compra. Una distinción en un concurso es un argumento comercial respaldado, o no, por la seriedad del concurso, el prestigio de la entidad que lo organiza y la profesionalidad de los catadores que analizan la calidad de los vinos. La pregunta es si debe el consumidor confiar en los resultados de los concursos.

“Dar a conocer en el comercio y entre los consumidores la riqueza vitivinícola de los países participantes, y en particular de los vinos premiados, para que el esfuerzo y el arte aplicados en su elaboración sean difundidos debidamente”. Es la reproducción textual de uno de los objetivos de Bacchus 2004, un objetivo común a todos los concursos de calidad de vinos o de cualquier otro producto.

Los concursos tienen varias facetas. No es la menos importante servir de estímulo a los elaboradores para mejorar la calidad de sus productos. Desde hace más de un siglo, desde las famosas Exposiciones Universales del siglo XIX, los diplomas acreditativos de una distinción en un concurso de calidad han sido un objetivo al que han aspirado todas las bodegas en una etapa u otra de su trayectoria. Eso implica un esfuerzo que, sin duda, ha contribuido al progreso de zonas y de países enteros en la calidad de sus vinos.

Sin embargo, el objetivo de ese tipo de certámenes, tal como expone ese punto citado, es el consumidor. No hay duda de que la proliferación de nuevas marcas y nuevas zonas productoras de vinos de calidad y la apertura de los mercados, con la llegada de vinos foráneos, proporcionan al consumidor un número tal alto de alternativas que le resulta imposible elegir sin ayuda.

La prensa especializada, las guías de vinos y los consejos de los responsables de los puntos de venta (tiendas, restaurantes) son puntos de referencia útiles. Los concursos de vinos aportan también pistas valiosas que ayudan a los consumidores a elegir un producto de calidad. Sin embargo, es importante dar a los resultados obtenidos en concursos su auténtica dimensión. En ocasiones, las bodegas tienden a sobrevalorar su importancia mientras algunos críticos intentan desacreditarlos. Tal vez la verdad esté en el justo medio.

Hace unos años, una campaña astuta y falazmente orquestada tituló a toda página e incluso en informativos de televisión que un vino español, concretamente de la Ribera del Duero, había sido elegido nada menos que como el mejor vino del mundo en un concurso celebrado en Turquía. El vino en cuestión había obtenido el máximo galardón en ese concurso compitiendo con número no citado de vinos que, obviamente, no eran todos los del mundo.

Aun admitiendo que fuera el mejor de los posiblemente cientos de vinos inscritos, la información facilitada por la bodega o por su agencia de comunicación y cándidamente (o no) reproducida en algunos medios de comunicación, solo puede ser calificada como una manipulación. Sirvió, eso sí, para lanzar la marca, que era nueva en el mercado, pero fue una gloria fugaz: ni se mantuvo la fama, ni se consolidó el prestigio y en algunos incluso provocó rechazo al comprobar que “el mejor vino del mundo” no era siquiera uno de los mejores tintos de la Ribera del Duero.

El caso sirve para ilustrar la importancia que puede llegar a tener un galardón de este tipo en el lanzamiento de una marca, pero también sirvió a los críticos como argumento para descalificar al conjunto de los concursos de calidad. Un concurso, como cualquier otro ejercicio de cata, es un intento de ofrecer rasgos de objetividad en algo tan subjetivo como la valoración de la calidad. La cata no es algo infalible y en los resultados influyen factores diversos, como el estado de los vinos y el estado del catador.

En los concursos del tipo de Bacchus se aplican normas que tienden a limitar esas imperfecciones. Se establecen temperaturas de consumo para cada tipo de vino, copas especialmente adecuadas para la práctica de la cata y jurados integrados por expertos que, además, proceden de diferentes países (se establece mayoría de catadores extranjeros frente a los naturales de cada país) y de diferentes sectores relacionados con el vino (enólogos, sumilleres, prensa especializada, comerciantes…).

Es cierto que un catador puede calificar de forma diferente un mismo vino catado en condiciones y momentos distintos, pero el conjunto de las catas de un jurado contribuye a matizar esas posibles desviaciones. Los concursos de calidad de vinos, como las oposiciones a examen único, tienen un cierto componente de lotería.

La suerte influye mucho. Se pude tener la suerte de no ser el primer vino de una tanda, con frecuencia más “castigado” que los que vienen detrás. Podría ser catado en una mesa más generosa en el reparto de calificaciones que otra. Es posible que la botella no esté en las debidas condiciones tanto en origen (muchos factores pueden alterar un vino de forma leve para el consumo pero suficiente en un concurso), como, algo menos probable, en la preparación del propio concurso. Podrí ocurrir que el vino llegue precedido de otros de muy alta calidad, con lo que se tiende a bajar una calificación, o de muy baja calidad, con lo que un vino de cierto nivel ve impulsada su calificación. También podría ser que un catador de la mesa no coincidiera en su valoración con sus compañeros de jurado.

La suerte es un factor a tener en cuenta en el caso de los vinos de calidad que pueden no ser agraciados con un premio u obtener una calificación menor que la que merecería su calidad. Sin embargo, es prácticamente imposible que un vino mediocre o con defectos pase la criba de todos los catadores y obtenga una calificación alta. Otra cosa es que algunas bodegas preparen vinos especialmente para concurrir a los concursos (o a las catas de la prensa especializada; ha habido casos). Pero eso no es responsabilidad de los concursos, que no tienen más remedio que confiar en la buena fe de los que participan. Y, en todo caso, el engaño no dura mucho y el tiempo pone a cada uno en su sitio. Y estar en el punto de mira de la sospecha no es un buen sitio.

Fecha publicación:Marzo de 2004
Medio: El Trasnocho del Proensa