Los climas, los suelos, las variedades, las tradiciones y las innovaciones. A lo largo de su geografía y de su historia, en La Rioja se han ido configurando diferentes estilos de vino, cada uno de ellos lleno de matices. Los tintos de crianza son los más prestigiosos, pero son más vendidos los más jóvenes. Los blancos buscan su camino aliados con el roble. Los rosados tienes dos rostros, los viejos “claretes” y las fragancias de la modernidad. En La Rioja se elaboran también espumosos y se anuncian los dulces, una tradición que saldrá al mercado.

A los diferentes factores naturales de calidad (clima, suelos, variedades de uva), con muchos matices en una región vinícola amplia como es La Rioja, hay que añadir los infinitos matices que aporta la mano del hombre, tanto en el cultivo como en la elaboración y crianza de los vinos. En La Rioja cuenta, además, el factor histórico, con una dilatada experiencia en la investigación de nuevas técnicas en todos los terrenos. Por otra parte, la existencia de un gran número de bodegas, sustentadas en una comercialización fluida y abundante, permite una gran diversidad en el estilo de los vinos.

Aunque en el ánimo delos consumidores existe una imagen del rioja un tanto estereotipada y tópica, lo cierto es que el vino de La Rioja tiene mil facetas. Esa variedad extraordinaria supera incluso la vieja tradición de elaborar vinos de mezcla de las diferentes zonas, con los de Rioja Alta aportando estructura tánica y acidez a los de Rioja Baja, más carnosos y ricos en alcohol, y adornándose con los aromas de los vinos de Rioja Alavesa. La vieja explotación de las cualidades de una parcela, de la que surgieron los primeros vinos con nombre de pago (los Viña Tondonia, Viña Pomal y otros con el prefijo “viña”), que se abandonó durante un tiempo, vuelve con fuerza, aportando nuevos matices.

Además, hay que contar con la historia, que ha ido añadiendo nuevas técnicas y estilos pero sin desplazar del todo a los anteriormente establecidos, que se han mantenido con mayor o menor éxito comercial. Cuando hace más de un siglo las bodegas de La Rioja adoptaron las técnicas actuales de elaboración y crianza, los campesinos siguieron elaborando vinos por el procedimiento clásico (debidamente modificado), de manera que aún hoy las grandes casas acuden a las modestas bodegas de cosechero a comprar a granel esos vinos de estilo antiguo, que intervienen en sus mezclas.

De esa forma, bajo el nombre de rioja caben vinos de muy diferente estilo, desde los muy clásicos y entrañables “claretes”, casi sin color, que deben emparentar con los “pardillos” que suponían la mayor parte de la producción de La Rioja hacia el siglo XV; hasta los casi negros tintos de la vanguardia riojana, pasando por blancos de diferente perfil y toda la gama de elaboraciones modernas. Además, hay también espumosos, aunque bajo el epígrafe de “cava” y no de “rioja” y otras elaboraciones marginales que podrían tomar protagonismo, como los vinos de licor de Moscatel.

A continuación se explican brevemente los diferentes tipos de vino que se producen en La Rioja, atendiendo tanto a la clasificación oficial como a los matices que todos esos factores de tradición en innovación han ido aportando a lo largo de la historia y se han conservado en la actualidad.

Blancos jóvenes
Elaborados fundamentalmente con Viura, una variedad poco agraciada en lo que toca a aromas (son característicos los recuerdos de manzana), aunque da vinos con ese difícil conjunto de frescura y estructura. En algún tiempo se suplió la carencia en aromas con el uso de técnicas que aportasen aromas (levaduras seleccionadas, enzimas o bacterias percutoras de aromas o, simplemente, la fraudulenta adición de esencias. Ahora las cosas vuelven a su cauce y los vinos blancos jóvenes no tienen otra pretensión quela de cubrir gama pero al meno lo hacen con franqueza.

Blancos fermentados en barrica
Los primeros salieron al mercado en 1989 y 1990 y la fermentación en barrica es un intento de elaborar blancos con mayor relieve que los jóvenes pero más frescos que los clásicos vinos blancos envejecidos en barrica. El intento parece haber triunfado y han surgido numerosas marcas de blancos fermentados en barrica que han desplazado en gran medida a los blancos de crianza.

Lo cierto es que la fermentación en barrica era una práctica antigua en las bodegas de La Rioja. Como contaba el enólogo de tantos años de Bodegas Marqués de Murrieta, Jesús Marrodán, recientemente fallecido, se aplicaba ese sistema con dos objetivos: conseguir cierto control de temperatura de fermentación al elaborar en volúmenes reducidos y “envinar” las barricas nuevas antes de introducir en ellas los vinos tintos.

Las bodegas más inquietas están intentando desarrollar esa línea, que parece tener buena aceptación en el mercado, como una alternativa para una producción sobrante de uvas blancas. Se está fermentando en barricas de diferentes maderas y en tinas grandes, se aplica el procedimiento del “battonage” (removido de las lías de fermentación) y se empieza a ensayar también la maduración en botellero, en la línea clásica, para dar un vino personal y con altas prestaciones de calidad.

Blancos con crianza
Se contemplan, como en los tintos, blancos crianza, reserva y gran reserva. Los tres tipos tienen la misma exigencia de crianza en barrica, seis meses como mínimo, pero se diferencian en que el crianza debe tener al menos dos años, el reserva tres y el gran reserva cuatro. Es un recuerdo de las elaboraciones clásicas, del que quedan unos pocos representantes y aún menos son los que guardan la ortodoxia, que, en este caso, es una larga maduración de varios años en el botellero antes de salir al mercado.

Dentro de este capítulo cabría incluir un tipo que fue muy popular y ahora es muy escaso, el de los blancos semisecos, que en tiempos lejanos se vendían como “tipo sauternes” o “cepa sauternes”. En esas elaboraciones, casi siempre empleando algo tan actual como las uvas sobremaduras, la viva acidez permitía la crianza en barrica y una larga maduración en el botellero, lo que dio lugar a algunos blancos extraordinarios. A rebufo de esos semisecos de calidad surgieron otros dulzones y vulgares que, en cierto modo, contribuyeron a arruinar el invento.

Rosados y claretes
El “clarete” es todo un clásico en La Rioja, muy popular a nivel riojano, cuyo mercado lo consume con verdadera afición, tanto en el popular tapeo como en la hostelería más popular. No obstante, hay que decir que no faltan algunas botellas en los restaurantes de tipo medio-alto e incluso en los de mayor postín, tal es la fuerza a nivel local de ese tipo de vino. El “clarete” es poco más que un blanco manchado; es de color pardo o salmón-teja, muy poco intenso en cuanto a color y aromas, pero fresco y suave, con cuerpo y un magnífico paso de boca. Generalmente se elabora con Garnacha, aunque también con mezcla de uvas tintas y blancas. Los más apreciados son los de la zona garnachera del valle del Najerilla, elaborados sobre todo en San Asencio, Cordovín y Badarán.

El rosado es un tipo más reciente y nació casi por necesidad, como un complemento de gama y para cubrir la demanda de ciertos establecimientos, que preferían la garantía y buena imagen comercial de La Rioja en cualquier tipo de vino. Se elaboran con Garnacha o con Tempranillo (no es habitual la mezcla de ambas) y son riojanos algunos de los mejores rosados de España.

Tintos sin crianza en barrica
La elaboración tradicional en lagar abierto o semiabierto y con racimos enteros (maceración carbónica: fermentación enzimática intracelular en uvas enteras) se conservó en las casas de los cosecheros y ha sido revitalizada comercialmente hace unos años. Esos tintos “de cosechero” o de maceración carbónica, con su potente fragancia frutal y sus notas de regaliz, encajaron muy bien en los esquemas de la moda de los vinos jóvenes y frutales que se impuso hacia los años ochenta del siglo XX y dejó un poso comercial nada desdeñable.

También se impulsó la comercialización de los vinos conocidos como “despalillado” por ser elaborados a partir de uvas separadas del raspón del racimo y estrujadas, es decir, una elaboración convencional. Los tintos jóvenes desplazaron un tanto a los viejos “segundo año”, vinos sin crianza en barrica, comercializados tras una”maduración” en depósito de varios meses o un año.

Tintos media crianza
Los “media crianza” o “semicrianza” son vinos que han sido sometidos a envejecimiento en barrica durante un plazo de tiempo inferior al mínimo de un año establecido por el Reglamento de la D.O.C. Rioja para los tintos crianza. Son vinos en general ligeros y de fácil paso de boca a los que una crianza más prolongada habría perjudicado, laminando su carácter frutal, aplastado por la onerosa presencia de las sensaciones de madera. Es un tipo de vino de corte comercial y aparición bastante reciente en el mercado que busca ocupar parte del espacio que hasta ahora cubren los jóvenes y, sobre todo, los “segundo año”.

Tintos genéricos
Pueden ser confundidos con los jóvenes o los media crianza por su aspecto externo, pero son radicalmente diferentes. Son fruto de una concepción un tanto revolucionaria del vino de Rioja que comenzó a abrirse paso en los años noventa con marcas como Allende, a la que luego se han ido añadiendo otras, como San Vicente, El Contador y algunas otras.

En general son vinos con “estilo reserva” e incluso con mayor estructura y vigor que los clasificados como reserva, que cumplen sobradamente con los plazos exigidos para obtener esa calificación, pero cuyos elaboradores renuncian voluntariamente a comercializarlos como reserva o bajo cualquier otra clasificación. Sostienen que son las características del vino, cambiantes cada cosecha, y no las normas burocráticas las que deben marcar los plazos de crianza. Suelen ser los vinos de las bodegas más vanguardistas, que se sostienen en el prestigio de sus marcas y no en las “perchas” comerciales de las clasificaciones.

Tintos crianza
La norma de la D.O.C. Rioja, más restrictiva en esto que la normativa general española, establece que los tintos crianza son vinos que se comercializan en su tercer año (lo que significa en la práctica superar los dos años de envejecimiento: la fracción de su año de cosecha, el posterior completo y la fracción correspondiente del siguiente), tras un envejecimiento mínimo de un año en barricas de roble bordelesas (225 litros) y algunos meses en botellero. Los crianza son los tintos que crearon la imagen del vino de Rioja y deben ser vinos de fácil paso de boca, con un equilibrio entre las sensaciones frutales y las de crianza en barrica. No se pide un gran potencial en cuanto a evolución futura, pero han de ser francos y llegar al mercado en buen momento de consumo.

Hay dos desviaciones a ese canon, los crianza más comerciales y los más innovadores. Los primeros aparecen dominados por las sensaciones de madera, que se imponen en un cuerpo ligero e inundan las fases olfativas con los clásicos recuerdos de vainilla y coco propios de la madera de roble americano, la más tradicional en las bodegas riojanas. En el extremo opuesto se encuentra una serie de vinos de aparición reciente en los que se busca primar el carácter de las variedades, se emplea roble francés, en teoría más respetuoso con el vino, y son de intenso y vivo color y vigor similar al de un reserva prematuro, con buenas perspectivas como vino de guarda.

Tintos reserva
Salen al mercado después de tres años de permanencia en la bodega, tras un envejecimiento mínimo de un año en barrica. El reserva es el tipo de vino que lleva la imagen de calidad de una bodega según los criterios tradicionales: es el vino de guarda, el que compran (o compraban) los restaurantes para guardar en sus bodegas y ofrecerlos a sus clientes transcurrido el tiempo suficiente para que haya “madurado”. El reserva sale al mercado entero, con energía suficiente como para vivir varios años en la bodega del restaurante o del consumidor final. Aunque en teoría debería ser algo duro (astringente y ácido) por la falta de evolución, lo cierto es que la mayor parte de las bodegas lo lanzan a la calle con suficiente madurez.

El del reserva es el capítulo de los grandes tintos riojanos, el que acoge a los vinos de selección (selección de viñas, de uvas en la vendimia, de vinos tras la fermentación, de barricas), a los de elaboraciones más sofisticadas y a los procedentes de las mejores viñas de cada bodega, a los que a veces se separa completamente del resto de las uvas para dar lugar a los vinos de pago. Es éste de vino de pago un concepto muy actual y muy clásico al mismo tiempo. La modernidad reivindica el concepto de “terruño”, que era ni más ni menos que lo que hacían los antiguos con los vinos a los que daban el nombre de una viña.

En este segmento de tinto reserva se da también la dicotomía que ofrecen los crianza, con unas gamas muy comerciales y blandas que apenas se distinguen de los rasgos de un tinto crianza y otras marcas caracterizadas por la estructura y el vigor. No cabe confundir los primeros, con el defecto clásico de excesos de madera, con los históricos “vinos finos de Rioja”, comercializados después de larga permanencia en barricas (preferiblemente barricas curtidas, mejor que las nuevas) y botelleros; salen al mercado muy pulidos pero, al tener una importante acidez, no están acabados, sino que tienen una evolución muy lenta, la suma de la estabilización en la barrica y su viva acidez los deja como embalsamados y la generosa permanencia en el botellero los ha suavizado, dando lugar a un tacto a veces sedoso.

Tintos gran reserva
El tinto gran reserva está definido como “procedente de añadas excepcionales” que se comercializa tras un envejecimiento mínimo de dos años en barrica, seguidos por otros tres, también como mínimo, en botellero. Es el tinto de lujo en clave clásica, comercializado maduro, listo para consumir y prácticamente en lo mejor de su evolución. Es también de alguna manera el reducto de los más clásicos, poco menos que consagrado al perfil de los “vinos finos de Rioja” y tenido como el vino de prestigio por las firmas más tradicionales.

Es el tipo de tinto al que menos han afectado las nuevas filosofías enológicas. La mayor parte de las nuevas bodegas deciden no incluirlos en su gama de elaboraciones y dejan el espacio del lujo para los reservas y para las especialidades, como los llamados vinos de selección o la recuperada corriente de los vinos de pago. No obstante, algunos también han reforzado esta línea y no faltan grandes reservas que salen al mercado de forma un tanto prematura, para evolucionar en la botella.

Cavas
La elaboración de espumosos por el método tradicional tiene una larga tradición en La Rioja. De hecho, se producía “champán” en Haro mucho antes de que la familia Raventós iniciara en Codorníu la producción de cava. Concretamente, veinte años antes: en 1952 unos bodegueros franceses fundaron la compañía Savignon Freres en lo que luego sería Bodegas Bilbaínas y enseguida comenzaron a elaborar espumoso. Durante muchos años esa bodega de Haro siguió vendiendo su “champán” a firmas francesas, en algunas etapas etiquetando con la marca de prestigiosas casas de Champagne, que vendían como propio lo que era muy riojano. Se da la circunstancia de que esa Bodega se ha integrado en el grupo Codorníu, que ha respetado la tradición y continúa comercializando la histórica marca de Bodegas Bilbaínas, Royas Carlton.

Esa tradición en la elaboración de espumosos se mantuvo a lo largo del tiempo en varias de las bodegas de la región, lo que hizo que, cuando se diseñó la zona de producción de la D.O. Cava, se incluyeran en ella 18 pueblos de La Rioja. Los cavas riojanos se sustentan sobre todo en Viura, pero con una importante proporción de Malvasía Riojana, que aporta aromas y acidez.

Dulces
Como en toda la cuenca del Ebro, y en realidad en toda España, la elaboración y consumo de vinos dulces ha sido una tradición muy arraigada. La aromática Moscatel ha sido también aquí la estrella del vino de los más golosos y su cultivo se ha mantenido tanto para la elaboración de vinos y mistelas como para el consumo como uva de mesa. Sin embargo, fue siempre una tradición de escasa trascendencia pública por cuanto las bodegas embotelladoras nunca le prestaron mucha atención a ese tipo de vino. De hecho, la uva Moscatel no está contemplada en el Reglamento de la D.O.C. Rioja y su presencia en los viñedos es muy escasa y casi siempre mezclada con otras blancas en viejas viñas.

La excepción se da en el valle del Cidacos, donde se mantienen algunas viñas y hay una producción de moscateles de cierta importancia. La variedad dominante es Moscatel de Grano Menudo, la cepa de mayor calidad dentro de la familia de las moscateles (es la misma que Moscatel de Frontignac) y los vinos pueden enlazar con las tendencias más actuales. El potencial de calidad ha llamado la atención del Gobierno de La Rioja, que estudia la posibilidad de conceder denominación de oriogen para proteger esos vinos singulares y desconocidos.

Fecha publicación:Junio de 2004
Medio: Viandar