Fecha publicación:Enero de 2003
Medio: Spain Gourmetour

La transformación del vino español se está haciendo en familia. Las familias arraigadas en su tierra son las que mejor conocen las virtudes y los defectos de sus zonas y los más dinámicos buscan profundizar en las primeras y superar los segundos. En España la renovación del vino se hace en familia.

La historia y la geografía del vino español está jalonada de grandes apellidos que evocan de forma inmediata nombres de grandes vinos. Tal vez las más famosas sean las dinastías jerezanas de los González Byass, Hidalgo, Barbadillo, Osborne, que cuenta con dos ramas familiares en empresas vinícolas diferentes, o Domecq, suya histórica bodega está integrada en la multinacional Allied Domecq. No les van a la zaga las catalanas de Torres, Raventós, propietarios del grupo Codorníu, Ferrer, creadores de Freixenet, o Suqué, del pujante grupo Castillo de Perelada. O las familias riojanas que regentan casas del prestigio de Bodegas Muga, Faustino Martínez, la polifacética Palacios Remondo, con ramificaciones en Priorato y Bierzo, Hurtado de Amézaga, creadores de Marqués de Riscal, Aranzábal y Ardanza, de La Rioja Alta. O los navarros Chivite y Ochoa, los valencianos Gandía, Egli y Poveda, los López malagueños, los Solís y Ayuso manchegos y tantos otros.

Junto a esos apellidos famosos hay otros menos conocidos o que actúan en zonas vinícolas menos conocidas que también contribuyen de forma importante a dibujar el panorama vinícola español actual. Esos apellidos más discretos en su proyección pública tienen el mérito añadido de ser pioneros en muchas ocasiones con medios económicos y técnicos escasos o con la oposición de esas inercias que crean las tradiciones o las elaboraciones rutinarias.

Ellos están cambiando el rumbo de sus zonas de origen adoptando con buen criterio las nuevas tendencias, aunque eso suponga destruir algunas tradiciones. Son familias enraizadas en su tierra, movidas por el deseo de mejorar sus vinos y que son ejemplo para sus vecinos. Paso a paso, están modificando la trayectoria de zonas modestas, como Montilla-Moriles, Almansa, Alicante o Yecla, pero también protagonizan novedades de relieve en las zonas importantes, como Rioja o Penedés, aunque, lógicamente, en esas grandes zonas su trascendencia es más discreta y a más largo plazo.

Los Castaño, Alvear, Mendoza, Gramona, Martínez Bujanda o Bonete existen en todas las zonas vinícolas dinámicas. Son protagonistas de los cambios y, con ellos, también de las polémicas y del prestigio que está adquiriendo el vino español en su conjunto en los últimos años. Son las gentes que trajeron nuevas variedades, nuevos sistemas de elaboración, nuevos tipos de vino y, en definitiva, una nueva filosofía vinícola. Y son los herederos de los grandes revolucionarios del vino español que, con mayor o menor éxito comercial, han contribuido a transformar el carácter de los vinos de sus zonas e incluso a modificar el propio paisaje de esas zonas.

Alvear: La bodega más antigua de España

Pocos en España y en el mundo pueden presumir de tradición vinícola como los Alvear. Y muchos menos de contar con una historia tan dilatada en la comercialización de sus vinos embotellados, que le ha llevado a ser calificada repetidamente como la bodega más antigua de España.

La bodega y los viñedos, la actividad agrícola, ha constituido históricamente una retaguardia a la que los Alvear se retiraban tras dedicar sus vidas a otras actividades, con una especial inclinación haca la política o la milicia, del mismo modo que los viejos generales del imperio romano se retiraban a sus posesiones agrícolas en Italia en las provincias. Igual que en las viejas familias patricias romanas, los Alvear han estado presentes con frecuencia en momentos muy importantes de la historia de España y de su viejo imperio para volver luego a su feudo cordobés y hacer progresar sus vinos.

La bodega fue fundada en 1729 por Diego de Alvear y Escalera, hijo de un funcionario de la Corona originario de Burgos y destinado en Córdoba en los últimos años del siglo XVII. Su hijo, Santiago, se dedicó de lleno a la viña y bodega y abrió mercado en Inglaterra, feudo de los vinos de Jerez. El siguiente en la dinastía, Diego de Alvear y Ponce de León, activo militar y político, participó decisivamente en la defensa de Cádiz frente a las tropas de Napoleón y tuvo cargos públicos en la Argentina colonial antes de regresar a Montilla. Su hijo, Carlos de Alvear, quedó en Argentina, donde participó en la proclamación de independencia y presidió la Asamblea Constituyente. La rama argentina de Alvear, además de participar activamente en la vida política (el nieto de Carlos de Alvear fue presidente de la República Argentina), también cultiva viñas.

Desde su bodega montillana, los Alvear han influido decisivamente en el desarrollo de la D.O. Montilla-Moriles. Fue pionera en la introducción de las modernas técnicas de elaboración, ha renovado algunas prácticas tradicionales e investiga nuevos caminos tanto en la viña (ensaya con diferentes variedades de uva para mejorar los blancos jóvenes) como en la elaboración (también investiga las posibilidades de los vinos tintos). Lleva el liderazgo arraigado en toda su trayectoria y en los últimos tiempos, bajo la dirección de Fernando Giménez de Alvear, ha dado audaces pasos en la renovación de la imagen de los vinos (destaca la adopción de la botella de 37,5 cl., más adecuada a estos vinos de trago corto), un cambio de vestido que es sólo un síntoma de una profunda renovación del estilo de los vinos, que ha de ser lenta en una casa histórica y en unos vinos singulares pero que se hace notar.

Bodegas E. Mendoza: Alicante actual

Sólo dos generaciones de los Mendoza se han dedicado alvino y sólo la segunda de forma exclusiva al vino. Sin embargo, ellos solos están cambiando la imagen de una zona que en gran medida permanece anclada en los viejos esquemas.

Enrique Mendoza inició el cultivo de la vid y la elaboración del vino como un entretenimiento de fin de semana fruto de una afición que le hacía dedicar sus vacaciones a visitar zonas vinícolas de todo el mundo. Sus hijos, Pepe y Julián, se dedican de forma profesional a la bodega. El primero es seguramente el enólogo más destacado de la Comunidad Valenciana y una de las figuras de la enología moderna española. Constantemente incorpora a sus tintos las técnicas vanguardistas, adaptadas a las peculiaridades de su zona, y también se atreve con la renovación de los clásicos moscateles de la costa de Alicante.

La bodega se fundó en Alfaz del Pi, localidad cercana a la populosa ciudad turística de Benidorm, donde hacia 1970 Enrique Mendoza, propietario de un supermercado, plantó unas pocas viñas. Por esas fechas más o menos nació su hijo mayor, Pepe, que asistía en los fines de semana a los trabajos del campo y a la fiesta familiar que constituía cada vendimia, cuando su padre se reunía con familia y amigos con la excusa de recoger la uva. Cuando decidió hacer vino “en serio” Enrique Mendoza ya había visto que una zona tan próxima a la costa no era idónea para los vinos tintos. En 1989 compró su finca de Villena, en el valle interior del Vinalopó, la zona clásica de producción de tintos de la D.O. Alicante. Introdujo las variedades francesas, Cabernet Sauvignon, Merlot, Pinot Noir y Chardonnay, a las que posteriormente se unió Syrah, y construyó una bodega de elaboración. La finca de Alfás del Pi, donde se encuentra la bodega de crianza, se ha dedicado a Moscatel.

Bodegas E. Mendoza se asienta, por tanto, en las dos vertientes de la D.O. Alicante, la costa y el interior, los dulces moscateles y los tintos. Por el momento no trabaja con la autóctona Monastrell, aunque Pepe está realizando ensayos en las dos últimas cosechas, pero la labor de refinamiento de sus tintos es constante y, por el momento, ha culminado en tres auténticas joyas, el varietal de Syrah, el reserva, con Cabernet Sauvignon y Syrah, y el Reserva Santa Rosa, mezcla de variedades, que se encuentran entre lo mejor del Mediterráneo español. En su vertiente litoral, sus moscateles se encuadran en la elite de los vinos dulces españoles más actuales, los que combinan dulzor con frescura y elegancia frutal.

Bodegas Hermanos Pérez Pascuas: la evolución de la Ribera

La herencia del abuelo, que plantó las viejas viñas familiares, el trabajo de los padres, que definieron la filosofía de la calidad, y la fundamental aportación técnica de los hijos. Los Pérez Pascuas resumen la historia de la Ribera del Duero.

Las tres últimas generaciones de la familia Pérez Pascuas son un ejemplo ilustrativo de la trayectoria de los vinos de la D.O. Ribera del Duero en las últimas décadas. Don Mauro Pérez heredó la tradición familiar de cultivo de la vid. Sus hijos, Benjamín, Manuel y Adolfo, construyeron la bodega e imprimieron a los vinos el carácter de calidad que su padre dio a las viñas. Sus nietos, sobre todo José Manuel, el enólogo, pero ya con la incorporación paulatina de los más jóvenes, se hacen cargo de la elaboración de los vinos, antes en manos de enólogos asesores ajenos a la familia, sobre sus hombros recae la responsabilidad de hacer más grande el prestigio de sus vinos.

Mauro Pérez es considerado por la familia como el auténtico punto de referencia de la bodega. Su amor al viñedo le hizo mantener los viejos majuelos en los años difíciles, cuando sus 35 hectáreas de viña le hacía el mayor propietario de viña del pequeño pueblo de Pedrosa de Duero, en el corazón de la Ribera burgalesa. Esas viñas serían la base para la elaboración de vinos, que comenzaría en 1980 en unas modestas instalaciones tradicionales que pronto se ampliarían y en pocos años, en 1990, se trasladaría a las actuales instalaciones, que no han dejado de crecer, tanto en sus aspectos productivos como en los ornamentales, reflejo del crecimiento del viñedo familiar, que ya supera las 100 hectáreas, todas en Pedrosa.

La bodega es una de las fundadoras de la D.O. Ribera del Duero y ha contribuido a marcar las diferentes etapas que han vivido los vinos de la zona. En una primera fase los vinos buscaban seguir la pauta comercial que marcaban los vinos de Rioja, con tintos de poco color para elpotencial de la zona y largas crianza en barrica. A partir de la cosecha ’89, cuando se hizo cargo de la elaboración el juvenil José Manuel Pérez Ovejas, hijo de Benjamín, los vinos ganaron en peso y en carácter, con ese punto de rusticidad de los riberas de la época. A partir de los ’94 y ’95 se refinaron y ganaron muchos puntos en elegancia, al mismo ritmo que José Manuel ganaba en sabiduría enológica. La tensión por la calidad no ha tenido relajación y en la actualidad esta bodega familiar se encuentra con todo derecho entre las más prestigiosas de la zona y de España.

Sanz: la gran dinastía de Rueda

Una familia escindida en dos ramas que regentan dos de las bodegas punteras de la D.O. Rueda. La historia de los vinos de Rueda está en los anales familiares de los Sanz, una historia que nació en La Seca y sigue en Rueda.

La Seca es la auténtica capital vitícola de la D.O. Rueda. Fue desde siempre la localidad que acaparaba una mayor superficie de viñedo y la que contaba con mayor número de bodegas en su subsuelo. Sin embargo, está alejada de la Autovía del Atlántico, la principal vía de comunicación que atraviesa esta parte de Castilla. Hace treinta años, cuando el riojano Francisco Hurtado de Amézaga “inventó” los vinos de Rueda tal como los conocemos hoy, eligió para su bodega una ubicación a pie de carretera y convirtió a Rueda en el centro neurálgico de una zona que tomaría su nombre al convertirse en la primera denominación de origen castellana, en 1980.

Cuando Hurtado de Amézaga llegó a Rueda, los Sanz hacían vino en la zona desde hacía cien años: Donato Sanz, heredero de larga tradición familiar en el cultivo de la vid, comenzó en 1870 a elaborar vinos que vendía en Asturias y Galicia. Sus descendientes continuaron la actividad: su nieto abrió bodega en Medina del Campo y el hijo de éste, Segundo Sanz, tomó las riendas de ambas instalaciones en 1960. Diez años más tarde abrió bodega en Rueda, también a pie de carretera (la venta de vino a pie de bodega siempre ha sido un capítulo importante en todas las bodegas de Rueda) y puso al frente a su hijo, Antonio Sanz. Hubo desavenencias familiares y Antonio Sanz fundó en 1974 Bodegas de Crianza Castilla la Vieja mientras que su padre vendía en 1984 la mayor parte de su firma, Vinos Sanz, al poderoso grupo Vinoselección (el club de vinos más antiguo de España), aunque permanecía al frente de la misma.

Ahora la familia Sanz tiene las dos vertientes (hay otros Sanz, algunos de la familia y otros no, en otras bodegas de la zona) y su rivalidad, que en alguna etapa tomó caminos peligrosos, parece reconducida al mejor camino, la pugna por hacer los vinos mejor que el vecino. Ambas firmas han tomado sendas diferentes, más inmovilista Vinos Sanz, centrada en Rueda, y más expansiva Bodegas de Crianza de Castilla la Vieja, que, además de casi rodear a la anterior, cuenta con bodegas en Ribera del Duero y Toro. Son dos bodegas con rostro humano, el de dos de los mejores enólogos de Castilla: Antonio Sanz y su sobrino, Juan Carlos Ayala Sanz, quinta y sexta generación de una familia por la que han pasado todas las novedades que han proporcionado los vinos de Rueda.

Bodegas Piqueras: solo ante el peligro

Mario Bonete García fue como “el llanero solitario”. Igual que el personaje del western televisivo se enfrentó él solo a la llanura y sus peligros, al desierto de graneles que era no sólo Almansa sino casi toda Castilla-La Mancha.

Almansa es seguramente la menos conocida de las seis denominaciones de origen de Castilla-La Mancha (siete si se cuenta la parte de Jumilla y nueve si se suman las dos denominaciones de origen de finca recientemente aprobadas). A pesar de su modestia y de que durante años contó con una única bodega embotelladora, fue líder regional en producción de vinos de calidad que se vendían embotellados. Durante años, los Castillo de Almansa estuvieron entre los mejores vinos de la región y fueron fijos en las valoraciones de los mejores vinos de España. Y ahí siguen e incluso avanzan en calidad al mismo tiempo que ponen en marcha una nueva bodega, estrenada con la vendimia de 2002. La culpa fue de Mario Bonete García, un pionero que se resistió al sino de los vinos del entorno, que se vendían en el anónimo mercado de los graneles.

Mario Bonete no era enólogo cuando, en 1954 se hizo cargo de la bodega que había fundado en 1910 su suegro, Luis Piqueras. Había trabajado en una alcoholera de Almansa después de ser telegrafista, y fue un magnífico catador de vinos. Con ese bagaje, sus viajes a todo el mundo y los estudios realizados en plan autodidacta, simplemente leyendo libros de enología, comenzó a embotellar en 1961, justamente el día 31 de mayo, el mismo día que nació su hijo Juan Pablo, que en la actualidad es el enólogo de la bodega familiar. Después de prestigiar su marca y su zona en los tiempos más duros, Mario Bonete falleció en 2000 y ahora están al frente de la bodega tres de sus cuatro hijos: Juan Pablo es el enólogo, Ángel, economista, lleva la administración, y Luis está a cargo de la producción.

Esta nueva generación ha abierto una nueva etapa en la bodega familiar. A partir de 2002 se han convertido también en viticultores: cuentan con una finca de 120 hectáreas muy cerca de Almansa, en la que en 2002 han plantado 20 de viñedo y van a ampliar a 45 en 2003. Han plantado Cabernet Sauvignon y Syrah y en las nuevas parcelas pondrán Merlot, Tempranillo y uvas blancas, probablemente Sauvignon Blanc y Verdejo, con la que han hecho algunas pruebas muy satisfactorias en los últimos tiempos. Además, cuentan con sus viejos proveedores de uva de toda la vida, que aportan a la nueva bodega el fruto de sus viejas viñas de Monastrell y de Garnacha Tintorera, una variedad denostada que dará mucho de qué hablar en Almansa muy pronto.

Bodegas Castaño: lucha por la vida

La de la familia Castaño es una historia de lucha por la calidad que en una zona como Yecla, con sus duras condiciones y su poco brillante trayectoria, adquiere tintes épicos. Sólo gentes curtidas valen para esta auténtica lucha por la vida.

Ramon Castaño hijo suele decir que comercialmente están atados a una Y, la de Yecla, que es como una cruz. Y no le falta razón. La zona, situada en pleno Altiplano Levantino, uno de los mejores entornos vinícolas de españa, se caracterizó siempre por hacer vinos destinados al granel, bastos y alcohólicos, se decía que con poca aptitud para la crianza. A pesar de las dificultades (a las ecológicas de la zona y a su escaso prestigio se unen las burocráticas, una auténtica plaga para el desarrollo del vino español), Bodegas Castaño está mostrando la buena cara de Yecla, la de los vinos refinados y serios, sustentados en la variedad autóctona Monastrell.

En el siglo XIX casi todo el mundo elaboraba vino en Yecla. Había más de cien bodegas en el pueblo y una de ellas era la de la familia Castaño. En la actualidad sólo sobreviven tres bodegas, una de ellas la cooperativa del pueblo, y los Castaño, cuarta y quinta generación dela familia dedicada a la vid y al vino, regentan la más destacada. Bodegas Castaño pudo seguir el triste destino de sus colegas si Ramón Castaño no hubiera decidido en 1981 apostar por el vino de calidad embotellado. Era el segundo golpe de timón que el patrón actual de la bodega, que ya en 1950 construyó nueva bodega, después varias veces ampliada y modernizada, y amplió el viñedo familiar, que hoy supera las 300 hectáreas. La calidad es desde entonces la obsesión de toda la familia, tanto en el viñedo, que sigue bajo la atenta vigilancia de Ramón Castaño padre, como en la bodega, con sus hijos Daniel y Ramón al frente.

El perfil de los vinos, decidido por toda la familia y materializado por los enólogos, Ramón Castaño hijo y Mariano López, se ha ido modificando paulatinamente en una gama de vinos tan amplia (cuenta con más de una docena de marcas, algunas elaboradas en exclusiva para un mercado o un cliente concreto) como cambiante, fruto de la investigación de nuevas fórmulas. Esa inquietud ha traído primero la plantación de variedades forasteras, que intervienen en proporciones variables en los vinos y han dado lugar a interesantes varietales y combinaciones con Monastrell, para finalmente apostar de lleno por las cualidades de la buena Monastrell de sus veteranos viñedos de secano.

Gramona: la bodega dual

El tópico de la doble cara se cumple plenamente en esta firma familiar, apegada a la tradición en el terreno de los cavas y todo lo contrario en la elaboración de sus vinos tranquilos. Recoge. Además, la tradición vinícola de dos familias.

Las bodegas del Penedés buscan alternativas en el terreno de los vinos tranquilos. En especial en la elaboración de tintos, con la que quieren recuperar la vieja tradición (antes de la filoxera era zona productora de tintos) y al mismo tiempo ponerse al ritmo que marcan las zonas punteras de Cataluña, encabezadas por el Priorato, que han dejado atrás en ese sentido a la otrora zona líder catalana. Ya apenas quedan casas dedicadas en exclusiva a la elaboración de espumosos, Una tras otra, las firmas tradicionales del cava han abierto nuevas líneas en el terreno de los vinos tranquilos. Gramona fue una de las últimas en afrontar la producción de vinos tranquilos aunque durante mucho tiempo mantuvo en su gama los tradicionales vinos de aguja.

La fecha de nacimiento de Gramona se sitúa en 1921, cuando José Gramona, que procedía de una familia que conjugaba la viticultura con un taller de carpintería, contrajo matrimonio con Esperanza Batlle, heredera de una bodega, Celler Batlle, fundada en 1881. En esas mismas instalaciones se inició en 1921 la producción de cavas, mientras el inquieto José Gramona tocaba todos los palos vinícolas: fundó varias tabernas y un periódico especializado, La vid catalana. Los actuales responsables de Gramona, Jaume, enólogo, que tiene tiempo de impartir clases de elaboración de cavas en la Universidad de Tarragona, y Xavier, encargado de la gestión, forman la cuarta generación familiar al frente de la bodega y de las 34 hectáreas de viñedo propio, a las que hay que sumar otras 28 cuyo cultivo se controla directamente desde la bodega.

Su gama de vinos evidencia la doble personalidad de una bodega que marcha al mismo tiempo al son de la más rancia tradición y de la vanguardia más atrevida. Los cavas son fieles a la tradición. Apenas una pequeña aportación de Chardonnay (que, por cierto, lleva casi un siglo en la zona, en viñas de la familia Raventòs, propietaria de Codorníu) pone un aire nuevo a unos cavas que aún utilizan el tapón de corcho en la crianza, cuando todos han adoptado el tapón corona (la chapa de toda la vida). En los vinos tranquilos, el enólogo emplea imaginación sin límites para la utilización de variedades exóticas y novedosas técnicas enológicas para la producción de no menos exóticos vinos, como el perfumado Gessamí, el rosado de Pinot Noir, el singular dulce Vi de Gel (vino de hielo), los nuevos tintos…

Bodegas Martínez Bujanda: Rioja en la sangre

Una familia alavesa apegada al terreno y que huye de convenciones y de fronteras artificiales. Heterodoxos en algunos aspectos, saben interpretar la grandeza de su tierra y su viñedo riojano y acaban de abrir nuevo bodega en La Mancha.

La cabeza visible de la bodega familiar es Jesús Martínez Bujanda, reputado enólogo curtido en mil batallas, pero en esta bodega hay equipo valioso, con su hermano Carlos a cargo de los mercados internacionales, el enólogo Gonzalo Ortiz (nombre de doble prestigio, por sí mismo y por su padre, protagonista de la mejor etapa de Bodegas Berberana y leyenda viva de la enología riojana), y una nueva generación, los juveniles Ana y Carlos, recién incorporada. Es una bodega centenaria, pero su mejor etapa comienza hacia 1981, cuando se cambia el rumbo al renovar totalmente la imagen y el estilo de los vinos y adoptar las marcas actuales de una gama que se ha enriquecido con vinos singulares, como el varietal de Garnacha, reivindicada en esta casa antes de que fuera “descubierta” por la modernidad, o la investigación con variedades diferentes de uva, tanto autóctonas como foráneas.

En 1889, Joaquín Martínez Bujanda comenzó a elaborar vinos típicos de cosechero en la vieja bodega del casco urbano de Oyón (Álava) que hoy alberga un museo. El fundador de la casa proyectaría en sus descendientes el amor a la tierra y la afición a ir ampliando sus viñedos, comprando nuevas parcelas incluso cuando lo que estaba de moda era no tener viñedo propio (en 1973, por ejemplo, cuando adquirió a Bodegas Montecillo, perteneciente al grupo Osborne, la actual Finca Valpiedra). Así, han ido atesorando hasta 400 hectáreas de viñedo en las tres subzonas de Rioja, incrementadas en 2000 con la adquisición de una finca de mil hectáreas en La Mancha con 200 de viña.

Al hacerse cargo de la bodega, en 1981, la cuarta generación de la familia, Pilar, Jesús y Carlos Martínez Bujanda, se encontró con vinos clásicos y de limitada difusión comercial. Renovaron el perfil de los vinos, sin perder las raíces riojanas, crearon las marcas Valdemar para los vinos jóvenes y Conde de Valdemar para los de crianza y, paso a paso, fueron ganando prestigio hasta convertirse en uno de los valores más seguros de Rioja. A ello ha contribuido una línea de regularidad envidiable, incluso en las cosechas complicadas (esta casa parece especializada en hacer grandes vinos en los años menos prestigiosos), y una gama de vinos enriquecida con especialidades como los dos Martínez Bujanda, gran reserva varietal de Garnacha y otro con “otras” variedades, y el magnífico Finca Valpiedra. A la espera del nacimiento de los nuevos manchegos.