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Madrid, 18 de noviembre de 2013. MS. - Cinco añadas del Gewürztraminer Colección

de Viñas del Vero fueron el motivo para reunir, hace unos días, a la crítica madrileña

con los máximos representantes de la casa. Viñas del Vero perteneciente, desde 2008, al

grupo jerezano González Byass, acaba de cumplir 25 años en el Somontano (Huesca),

una de las bodegas emblemática de la zona y de los primeros en plantar gewürztraminer

en tierras aragonesas, variedad que llegó al Somontano en 1987.

Las primeras cepas las plantaron en la finca El Enebro, en el municipio de Salas Bajas,

“en espaldera y en un terreno de secano”, recuerda José Ferrer, Director Técnico de

Viñas del Vero. Se estableció como variedad mejorante de lo que había, aunque Ferrer

defiende que aportó diferenciación y diversidad a la zona, como se ha demostrado

tiempo después. Desde entonces, es incuestionable la contribución que ha hecho esta

casa al trabajo con esta variedad. Las primeras experiencias elaboradas en la bodega

son de los años 89 y 90 pero limitan su difusión al mercado local. Será la añada 91

la primera cosecha “en serio”, apunta, hoy meramente testimonial pues de las pocas

botellas que quedaban en la bodega dimos buena cuenta en la cata.

Ferrer asegura que este Gewürztraminer ha tenido siempre buena acogida en el

mercado pero siempre ha habido pocas botellas por lo que, aunque son vinos que han

evolucionado, “nunca fueron pensados para ser vinos de guarda”, señalaba Ferrer.

Dicho esto, catar y comprobar la evolución de diferentes añadas fue el motivo de este

almuerzo, del que resultaron agradables sorpresas. Las añadas presentes, 2012, 2006,

2001, 1994 y 1991 de VdV Gewürztraminer Colección. El menú, obra de Rodrigo de la

Calle, nuevo chef del hotel Villa Magna (Madrid).

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Añada 2012. Amarillo pajizo pálido. Muy perfumado, aromático. Toques florales,

almizclados y especiados (pimienta). Franco directo. En la boca resulta amable,

ligeramente dulce, suave, ligero, fluido, fácil de beber, fresco gracias a una acidez bien

ajustada. En la salida, ciertos tonos amargos que resultan interesantes y gustosos.

El intento de armonía con las entradas del almuerzo resulta desacertado, los aperitivos

se lo comen, anulan el vino, sobre todo el cítrico lo desestructura y refuerza el amargor.

Tras esto llega un puerro tostado con esencia marina (buenísimo, muy bien elaborado)

que junto al vino no es que se complementen pero tampoco se molestan.

Añada 2006. Dorado de mediana intensidad con reflejos oro. Voluminoso, corpulenta

nariz, fina reducción. Tonos minerales, almizclados y de hongos. Notas tostadas que

aportan una buena untuosidad. Boca llena, graso, sabroso, al tiempo que mantiene

una frescura ‘equilibrante’. Fino, elegante, redondo, complejo, acidez que mantiene y

compensa esa untuosidad. Final largo y delicado.

En cuanto al plato de Rodrigo de la Calle, curioso por separado pero para maridar con

el vino no tiene mucho sentido. Una coliflor con mole mejicano tan picante que copa el

paladar y lo anula con lo que el vino desaparece. Al margen del plato, y pasados unos

minutos, el vino recupera su espacio gracias a su corpulencia.

Añada 2001. Dorado pálido con tonos verdosos. Nariz en la línea del anterior, con una

reducción sugestiva y notas herbáceas (rúcula, cilantro, pétalos de flores blancas).

En la boca sí presenta notas de cierta evolución, pipas de girasol. Notas más dulces,

de almíbar, láctico, falto de frescura va perdiendo la fuerza en el final de boca. Mayor

ligereza, vino más corto.

Su pareja de baile es un riquísimo risotto con algas y salmonetes, salino, sabroso, arroz

en el punto exacto. Con el vino se puede entender porque no se anulan, se respetan

aunque la fuerza del plato es mucho mayor. Dicho esto, el maridaje perfecto, seguro, la

salinidad de un Tío Pepe…¡a tener en cuenta!

Añada 1994. Dorado oro viejo. Tostado…y además excesivamente saturado por

el ahumado del plato de carne (lomo de wagyu con hongos y mostaza) que le va a

acompañar, ahumada a propósito con muchas ganas. Y al vino en nada le ayuda sino

todo lo contrario.

Es un vino ‘anciano’ que está envejeciendo con dignidad. En nariz elegante bouquet de

reducción, tarta de manzana, confitura, goloso, pero mantiene también una digna acidez

con la que su paso por la boca resulta sedoso, fluido. Amplio y elegante en aromas.

Vino ‘mayor’ pero muy rico.

Añada 1991. De color ámbar, tiene “interés sentimental”, apunta José Ferrer,

recordando que no se elaboró para durar tanto tiempo pues lo están abriendo con 22

años… Dicho esto, pasó su mejor momento.

Al margen de lo bebido, a este tipo de catas no todas las bodegas se atreven por lo que

hay que reconocer y celebrar la valentía del que da la cara sin saber lo que van a mostrar

las botellas.